Este texto está en la sección La Corrala, el patio de vecinas de La Poderío donde cada una charlotea, cascarrilla y pone colorá lo que sea mientras le da el fresquito o el sol en la cara. Más agustito que te quedas, oú. Eso sí, La Poderío no tiene nada que ver con lo que se pone aquí, solo apoya la participación de las lectoras. Puedes enviar tus artículos a ole@lapoderio.com. Otra cosa, antes de hacernos las propuestas pedimos que leas nuestro ideario.
Verónica Aleu Mosteiro
Con mayor o menor intensidad, la Navidad son fechas importantes en las familias andaluzas. Ya sea por creencias religiosas, por tradición o simplemente por tener un motivo por el que celebrar que se acaba el año y desear juntes con energía tiempos mejores. En mi familia materna, las Mosteiro, se celebran a lo grande las dos noches navideñas y son toda una revolución.
En un año “normal”, nuestras noches suelen tener la misma estructura: poco a poco va llegando cada familia a la casa anfitriona. Todas entran cantando, saludando, gritando de felicidad y empezamos a darnos los primeros abrazos. Unas se echan su primer moscatel de la noche, otras van encendiendo la barbacoa y otras ponen la mesa. La felicidad se contagia desde la más pequeña a la más grande de la familia.
Más de veinte personas cenando. Hay nervios, alegría, risas, hablas con quien te haya tocado cerca pero nunca puedes terminar una conversación porque desde la otra esquina alguien grita “¡¡¡Nuestra Navidáaaa en Canal Súuuu!!!” y tienes que dejar de hablar para cantar muy muy fuerte “¡Nuestra Navidad, llena de lúuuuu!”. Por supuesto, dándole a la pandereta que las más listas nos hemos guardado una al ladito para ponerle música a estos arranques. Y así durante toda la cena. Revolucionadas.
¡Y tenemos de todo! Actuaciones preparadas por las más pequeñas, el mejor contador de chistes, hermanas cantaoras flamencas, guitarra, cajón, villancicos de Jerez, las palabritas de brindis de la abuela, sus arranques de bailes flamencos sin dejar lejos la butaca, sus 89 años cansan mucho, y el momento discoteca, cuando se retiran las mesas para tener una buena pista de baile.
La juntaera navideña
La Navidad para mí es todo ese movimiento. Es ese reencuentro. Es ese ruido. Esa juntaera. Es abrazarse, besarse y es mucha risa. Mi abuelo se encargó de enseñarnos que son unas fiestas especiales, donde el clímax de la noche llegaba cuando se pintaba dos coloretes en la cara, cogía la fregona, le hacíamos un corro alrededor y nos cantaba y bailaba Micaela para hacernos reír (esto solo lo entenderá mi familia si me lee). Según he escuchado alguna vez a mis tías, él fue quien dejó ese legado, celebrar las fiestas a lo grande y en familia.
Soy migrante andaluza en Madrid. A pesar de los 14 años que llevo fuera de Andalucía, cada vez me siento más de La Isla y no puedo más que agarrar fuerte ese arraigo y guardármelo muy dentro pa’que nunca se vaya. Cuidando el no perder ni el acento ni las costumbres. Siempre rondando en la cabeza el sueño de volver y dejar lejos la capital, pero que cada vez parece más difícil. Quizás también es cobardía a empezar de cero y dejar la estabilidad económica que tengo ahora. Esto me daría para otro artículo.
Ese amasijo de tradición familiar, de sentimiento andaluz y recuerdos de la infancia hacen que las Navidades sean importantes para mí y sean necesarias como un paréntesis en el año. Dos semanas donde las tareas básicas son comer, beber, bailar, ver a tu gente, divertirse y regalar. Maravilla.
Y llegó “el bicho”
Y todo esto hay que encajarlo en el 2020. Año de la Covid19. Un año donde el impacto emocional ha sido brutal. Hemos tenido que crear nuestras propias herramientas para gestionar el estrés y la angustia que genera una situación que va más allá de nuestro control. “Una pandemia”… es que suena a película. No ha sido tarea fácil para nadie pero creo que para nosotras, las personas migrantes, ha sido mucho más dura.
De repente no puedes ir a tu antojo a tu tierra, sientes tus lazos familiares más más lejos que nunca y la preocupación por tu gente crece a niveles enormes. No hemos sentido el alivio de quedar en la calle con las tuyas para los primeros paseos permitidos en el confinamiento y hemos tenido que esperar mucho tiempo para volver a ver a la familia.
Y llega diciembre, ese diciembre donde siempre tenemos nuestra esperada Revolución Mosteiro, donde nos juntamos para hacer piña y comunidad un año más. Pero llega sin esa tarde donde las mujeres de la familia nos juntamos para hacer los rosquitos navideños, sin zambombas gaditanas en las calles, sin la quedada de primas para visitar Belenes en La Isla, sin los vinitos con tu gente…
Este año la logística de organización ha dado un vuelco de 180 grados en todas las casas. Las matriarcas de mi familia han pasado de quedar una tarde para organizar las cenas y decidir en qué casa se celebrarán las fiestas, a crear un cuadrante justo para cuidar a la abuela en su casa en estas fechas tan señaladas, donde su protección es lo prioritario.
En mi caso somos cuatro hermanes, repartidos entre Madrid, Mallorca y Alemania. Cuatro migrantes que queremos volver a casa por Navidad. Hemos debatido sobre qué es lo correcto. Si merece la pena o no el riesgo de un reencuentro en medio de una pandemia, donde los expertos no lo recomiendan.
Quizás respirando algo más tranquilas porque somos seis y estamos dentro del máximo permitido, pero con dudas sobre si al ser núcleos diferentes de convivencia estamos dentro o fuera de las “teóricas” restricciones. Se mezcla la necesidad que tenemos de vernos con las preguntas de si estamos siendo responsables o no con el deseo de volver. Si es necesaria la Navidad este año o debemos esperarnos unos meses más para reencontrarnos.
El abrazo de les tuyes
Tras muchas vueltas, ahora mismo la decisión es bajar a casa con varias medidas previas a la reagrupación familiar: hacernos PCR, evitar contactos sociales antes de la llegada a casa y activar las medidas al máximo. Y genera ansiedad, por todos los riesgos que puede suponer. Es una duda constante.
Tras esta incertidumbre, miedos y debates, llegarán esas noches navideñas. A pesar de no tener la tarde de rosquitos, de no ser veinte en la mesa, de no tener a la abuela en estas fechas, a pesar de todo, mi casa en particular celebrará estas fechas de una forma especial: será el reencuentro de migrantes en tiempos de pandemia.
Volveremos a utilizar la Navidad como paréntesis, este año más grande y tosco que nunca, y le seguiremos poniendo el toquecito de Revolución Mosteiro. Eso sí, con mucha ventilación en el salón, videollamadas, gel hidroalcohólico y sin compartir el mismo plato.
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