Este texto está en la sección La Corrala, el patio de vecinas de La Poderío donde cada una charlotea, cascarrilla y pone colorá lo que sea mientras le da el fresquito o el sol en la cara. Más agustito que te quedas, oú. Eso sí, La Poderío no tiene nada que ver con lo que se pone aquí, solo apoya la participación de las lectoras. Puedes enviar tus artículos a ole@lapoderio.com. Otra cosa, antes de hacernos las propuestas pedimos que leas nuestro ideario.
Soledad Castillero./ Antropóloga Social e Investigadora de la Universidad de Granada.
*Collage Jara Díaz Vázquez [La niña de la Caty]
La forma más común de ordenar el pensamiento que encontramos es a través de acciones binarias. Por eso rural/urbano, naturaleza/cultura, son modos de comprensión del entorno que hemos desarrollado para establecer diferencias sustanciales entre sí. No es casualidad que hablemos de mundo rural como si de un universo ajeno, separado, anexo se tratase. Esto nos lleva a desarrollar unas valoraciones distintas al resto, que por contraposición sería el mundo urbano. Sin embargo, no hablamos de mundo urbano como tal. Hablamos de ciudades, centros, capitales, de lo urbano, pero no le damos la conjunción totalitaria de mundo aparte.
Al hablar de mundo rural estamos haciendo una homogeneización, como si todos los pueblos, aldeas, pedanías fuesen el mismo lugar, como si todos los acentos, edades, proyectos, gastronomía, empleo, vivienda, flora y fauna fuesen una. De ahí que la idea más extendida y consolidada al hablar del mundo rural sea que hablamos de grandes extensiones poco pobladas de personas mayores donde se come y se vive muy bien. Fin.
Por eso el conocido como mundo rural se comercializa como un escenario donde ir a ver la vida pasar: desconectar, caminar, respirar. Esto deja invisible la rutina de quienes viven en pueblos, aldeas, pedanías, sus proyectos, su pensamiento político, social, económico. Hace insonora la hora a la que suenan los despertadores o los malabarismos para pagar comida, coche, estudios, etc. Deja, por supuesto, invisibles historias, normas no escritas, actitudes y aptitudes de quienes hacen los lugares posibles porque las particularidades que le hemos atribuido a ese mundo rural parten de nuestra idea preconcebida de lo que nos vamos a esperar.
Esto creó situaciones como el cierre de un gallinero en Cangas de Onís en Abril de 2019 por la denuncia del dueño de un hotel rural en Soto de Cangas, porque a los inquilinos les molestaba el canto de los gallos al amanecer. En unas declaraciones, el dueño del hotel apelaba que “los gallos cantan a todas horas e incluso les tengo que dar tapones a mis clientes, pues no pueden descansar por las noches debido al ruido y algunos optan por marcharse”. Creo que este ejemplo muestra claramente lo expuesto.
Si queremos hacer un análisis más abstracto, teórico-reflexivo podríamos rescatar la idea de línea abismal de Santos (2010) donde lo que se comprende como urbano estaría de este lado de la línea, frente al mundo rural que estaría en el otro lado de la línea, desapareciendo como realidad. Cuando se denuncia el sonido que emiten gallos y gallinas al amanecer en el campo, se está borrando esa realidad del territorio que no se corresponde con el pensamiento y exigencia de este lado de la línea. En este lado estaría el empresario que entiende que, en su concepción del mundo rural, no hay ruidos.
Aunque lo más grave de este binarismo ha sido creer que lo rural no es productivo, no es la base del abastecimiento de recursos alimentarios, de recursos hídricos, de mano de obra, de pensamiento, de toma de decisiones en el espacio urbano. Por eso está más que asentada la concepción de independencia y jerarquía entre territorios.
Lo rural y lo agroalimentario
No obstante, en el ámbito agroalimentario desde hace una década, las multinacionales apuestan cada vez más por mostrar en sus envoltorios una iconografía de lo que se entiende como lo rural para otorgar garantía de calidad a sus productos. Aunque los ingredientes nada tengan que ver, pues se trata en gran parte de alimentos procesados. Pensemos, por ejemplo, en las pizzas de Casa Tarradellas, con la masía el horno de leña y la familia presidida por abuelos y abuelas estupendamente jóvenes que sacan de la nevera una pizza precocinada envuelta en plástico que hornean a la leña.
Otro ejemplo, la icónica imagen de la gallina de Avecrem para promocionar su caldo de pollo que en realidad contiene gran cantidad de sal, glutamato monosódico como potenciador del sabor y apenas un 3% de pollo. El famoso agricultor de espárragos carretilla que dibuja un mundo idílico cuando la mayoría de los espárragos que consumimos en grandes superficies vienen de Perú, mientras que la producción andaluza se exporta a mercados como el Alemán.
En este sentido, si nos paramos en pensar en quién recoge estos espárragos son muchas andaluzas de pueblos como Jódar en Jaén, que van a trabajarlo a Navarra, muchas veces a precio de lo que se venda en el mercado, de noche y sin condiciones estables de trabajo. Este tipo de marketing permite que la iconografía rural sea sello de calidad aunque esté vacía de contenido, pues el horizonte es mantener dentro de la base de un modelo capitalista que el campo está dentro, pero sin él.
Andalucía y ruralidad
Andalucía y rural pareciesen palabras sinónimas. Según un estudio sobre la Clasificación del Grado de Urbanización, llevado a cabo en 2017, y publicado por el Instituto de Estadística y Cartografía de la Junta de Andalucía, el 62,2% de la comunidad autónoma es zona rural. En esta zona vive el 17,3% de la población. Una cifra que ha servido como timón para dirigir operaciones de salvamento como la idea de desarrollo rural sostenible. Como si no fuese sostenible que núcleos pequeños de población habiten en grandes extensiones de espacio. Como si no fuese sostenible encontrar aparcamiento en la puerta de tu casa o ir andando al colegio.
Sin embargo, los titulares han sido y son “El turismo rural y de naturaleza puede jugar un papel estratégico en la dinamización de procesos de desarrollo sostenible en comarcas rurales atrasadas de Andalucía” (titular recogido de la revista de Estudios Empresariales de la Universidad de Jaén).
Ante este tipo de idea está la ingente y constante pregunta que como mujeres, andaluzas y de pueblo muchas nos hacemos. ¿Qué es estar atrasada y qué es estar adelantada? ¿Por qué la idea mitificada del caldo casero copa en los estantes de los hipermercados anhelando prácticas de un mundo donde las cosas se hacen bien pero del que no queremos nada saber? ¿Por qué les sabe bien la palabra de la huerta pero llaman zonas atrasadas a donde estas se ubican?
Y lo más complejo, ¿cómo hemos reaccionado nosotras ante este paradigma? ¿Hemos construido nuestras propias concepciones binarias de “cuando vivía en el pueblo/ahora que vivo en la ciudad”, “las que nos fuimos/las que se quedaron”, “las mujeres de antes/nosotras”, “la vida de mi abuela en el pueblo/ la mía”? ¿nos hemos permitido espacios liminales o hemos optado por un corte siniestro? Y lo más importante, ¿es real ese corte?
Estas preguntas sirvieron de inspiración para componer un trocito de historia de María, la siguiente protagonista. Aconsejo en este punto leerla y pensar si nos suena.
Un trocito de la historia de María
María con 18 años se fue a estudiar a Sevilla. Su padre siembra ajos en un pueblo de la Campiña Sur de Córdoba y su madre trabaja en ayuda a domicilio. Solía ir cada dos fines de semana al pueblo de visita, pero con el tiempo, empezó a ir menos. Dejó de sentirse cómoda, empezó a perder contacto con amistades. Entendía que se hacía mayor, y para ser independiente, tenía que valerse por si misma, ir poco al pueblo, salvarse en la ciudad porque claro, “en el pueblo no hay ná”.
María hizo su carrera de psicología, estudió un máster y varios cursos de formación. El inglés no se le daba muy bien porque en su pueblo las academias de idiomas pues no llegaban. Barajó la posibilidad de irse a Londres un tiempo a aprender inglés, a vivir aventuras. Las primeras semanas fueron hermosas, todo nuevo, todo diferente. Había esperanza y tiempo. Formación, una carrera universitaria, mucho empeño y dedicación, muchos sostén económico detrás como para que ahora no le funcionase no, eso no podía pasar.
Empezó, a través del contacto de otra amiga que había ido dos años antes desde un pueblo de Granada a trabajar en una franquicia de alimentación. Fregaba platos, servía mesas y ponía cafés, en ese orden y así le daba para el metro y el alquiler y bueno, algún caprichito al mes. Esto sería temporal, mientras servía, también aprendía el idioma, el inglés que tan importante es. Sus padres fueron solo una vez a visitarla, pues entre la campaña de la siembra y las bajas que iba cubriendo la madre, poco tiempo había para aeropuertos.
Tres años llevaba María, hablaba inglés y servía como nadie los cafés. Pero más nada. No pudo desempeñar el oficio de su formación, no hubo modo. Barajó darse un descanso, volver un poco a ver qué. Regresó a su Andalucía, al pueblo a pasar unos días. El choque fue latente, poco a poco hizo malabares para volver a relacionarse con la gente. Le quedaban su amiga Lola y su amiga Paqui, las de siempre para contarles las aventuras y desventuras de todo este tiempo. La abuela María estaba lo que popularmente se conoce como “chocheando”. Es decir, cansada.
María, como había estudiado enfermería, se ocupaba de algunos de los cuidados más próximos: cura de pequeñas heridas, aseo, peinado y, sobre todo, compañía. En una de estas, María le contaba sobre sus viajes a Londres.
-Abuela, no te preocupes, son cosas modernas, tu no las entenderías en alguna ocasión dijo ante las incipientes preguntas de la abuela.
-¡Ay mi chiquita!… yo no nací con 83 años. Yo vine al mundo hace mucho. Me tocaron vivir varios tiempos de ausencia de abundancia. Yo también me formé en oficios ¿sabes? No nací aquí. Nací y me crié en Algarinejo. En Loja conocí a tu abuelo, nos hicimos novios y nos casamos pronto. A ver si entre lo de uno y lo de otro, juntábamos algo. Pero no teníamos ná, mu poco mu poco. Y nos acompañamos, el abuelo y yo nos acompañamos, pero no pudimos hacer una vida donde queríamos al lao de mis hermanos. Cogimos el camino, años cincuenta te estoy hablando y bajamos junto a familias de otros lares como Alcalá la Real o Iznajar. De allí conocimos a otros dos matrimonios que bajaban como nosotros a la campiña, a segar el trigo con una hoz. Así, el manijero nos daba una choza de paja, donde la faena. Al tiempo, la paja se cambió por la piedra, por casitas de piedra. Una habitación chiquitita. Y allí estuvimos segando día y noche, día y noche. Así de cruda ha sido nuestra realidad, chiquitita mía. Por eso, de vez en cuando que veo en la tele las casas de esos pobreticos en chabolas que vienen a trabajar aquí, le tengo que decir a tu madre que me lo quite, porque yo sé lo que es ir pa´ empezar a construir. Por eso no ha habío una noche que no te haya encendío una velita cuando estabas por ahí. Del campo fuimos pegándonos al pueblo de a poquito. Primero fuimos a caer en una casa con dos familias más y con el tiempo pudimos tener de a poquito más intimidad. Ahí vino tu tío Francis y el Emilio, y luego, vino tu madre, Catalina, mi chica. Ella, mi única hija y, siendo la más chica, ha hecho de madre, de hermana, de tía, de hija, de tó a la vez. Viendo las fatiguitas que pasó su madre, ella dijo que no se iba, que quería labrarle un lugar a su hija. Se quedaba para y por ella pa´ lo que quisiera, pero que tuviera donde entrar y donde salir. Por eso, María, mi chiquita, ¿qué me vas a contar a mí?.
¿Qué he pretendido?
Con estas líneas y coincidiendo con el día de las mujeres rurales he querido plasmar reflexiones a sabiendas que no son solo mías. Partiendo de preguntas reflexivas tales como ¿Qué le vamos a contar nosotras a ellas? ¿Deberíamos de empezar a contarnos a nosotras hasta qué punto ha tenido calado la confrontación binaria de lo rural y lo urbano? ¿Por qué un territorio que nos hizo felices, en el caso de que eso fuese así, llegada una edad nos molestó hasta negarlo?
Y a todo esto, ¿qué responsabilidad tenemos las mujeres que pertenecemos al mundo rural, bien sea habitándolo o transitándolo o que viviendo fuera mantengamos y cuidemos los vínculos con el mismo, de trabajar en sintonía con nuestros territorios?
¿Qué no he pretendido?
No he pretendido pensar que lo único que nos espera en el pueblo es una conversación cálida con nuestra abuela. Hay mujeres emprendiendo en muchos territorios rurales creando a cada instante. Pero a eso, que se le llama ahora emprendimiento o proyección de futuro o innovación, no puede disociarse de aquellas actividades que “las de antes” llevaron a cabo para el sustento de madres e hijas. Si la abuela guardó y vendió pavos en el corral, la hija montó una ferretería y la nieta abre una parafarmacia con venta online que se vuelve viral en Instagram, este último proyecto está íntimamente ligado a los anteriores.
Parto, eso sí, de una concepción de lo rural y lo urbano como mujer, andaluza, de pueblo, de campiña, ceceante que nunca se fue del todo, pero si lo suficiente como para preguntarse ¿qué pasa aquí?. Soy sensible de que la idea preconcebida de una mujer andaluza sobre lo rural y lo urbano puede alejarse de lo que piense una compañera mapuche o una temporera marroquí, así como tampoco la interpretación va a ser compartida entre mujeres andaluzas rurales.
Por un linaje sano, una interpretación equitativa de nuestras vidas y un puente que conecte siempre que somos porque ellas fueron. Feliz día internacional de las mujeres rurales, hoy y siempre.
0 comentarios