Este texto está en la sección La Corrala, el patio de vecinas de La Poderío donde cada una charlotea, cascarrilla y pone colorá lo que sea mientras le da el fresquito o el sol en la cara. Más agustito que te quedas, oú. Eso sí, La Poderío no tiene nada que ver con lo que se pone aquí, solo apoya la participación de las lectoras. Puedes enviar tus artículos a ole@lapoderio.com. Otra cosa, antes de hacernos las propuestas pedimos que leas nuestro ideario.
Inés Serrano García e Iván Vázquez Delgado
Después de varias semanas de posponer fechas, conseguimos quedar para desayunar un sábado. A La Yerbabuena es difícil reunirla porque está conformada por tres personas con vidas muy diferentes y dispersas entre sí, pero lo hemos logrado, más o menos. La situación coetánea no acompaña a nuestras intenciones. La expansión del Covid-19 hacia Andalucía ha obligado a reconsiderar la manera de hacer la entrevista: Ana, una de las integrantes, decide irse a su pueblo. A Cindy la llaman del trabajo justo el mismo día que íbamos a vernos, tiene que ir a desinfectar el restaurante en el que trabaja ante el decreto de cierre de negocios. Aun así, algunos locales están abiertos y decidimos tomar unos tés mientras vemos cómo nos las apañamos.
Después de una larga charla con Patri decidimos ir a comer juntas a su casa. Pensamos que es el mejor lugar para hacer la entrevista, dada la situación. Cuando Cyndi llega, nos encajamos todas en un balcón que invita a la charla y a la tranquilidad, con vistas a una pequeña plaza de la Macarena. Cinco, contando a Anita, desde Rota a través del teléfono. La interrumpimos viendo un parto, lo deja a medias para hablar con nosotras.
La Yerbabuena es una iniciativa de estudiantes de escenografía de la ESAD. Nace como proyecto joven en el que solo participan mujeres, y actualmente ofrece una reivindicación del happening. Comenzó como un propósito desde el que reconsiderar del espacio, cómo lo ocupamos, cómo nos exponemos y cómo reacciona el exterior a estas formas de habitarlo. Curiosamente, su primera performance tiene lugar en un espacio sin público, a modo de videoarte. La escuela en la que estudiaban (entonces eran cuatro) les prestó un espacio para que hicieran realidad esta primera performance, en conmemoración al Día del Teatro.
La base de su trabajo es la crítica social, y la centran en la exposición a un público volátil, siempre cambiante, aunque ellas no reparan sino en su respuesta. Es por esto que buscan en el happening una vía de escape para su originalidad, y no dejan a nadie en su zona de confort. Crean sus trabajos con la improvisación como cáscara y la participación del público como contenido, pero el sentido final reside en cómo reaccionan les espectadores. Marcan el ritmo de cada performance, y deciden si pasa a convertirse en happening. Que no respondan también es una respuesta en sí, porque “el público es un reflejo de la sociedad en conjunto”. Prefieren centrarse en sus ideas, en sus propias emociones como experimentación con el entorno. No piensan en cómo vaya a interactuar el público, pero escogen días clave para representar sus ideas: un 25N, un 8M, el Día Mundial del Teatro… Y enfocan el mensaje de sus piezas en lo que cada fecha requiera. Aun así, no esperan nada de quienes asisten a sus exhibiciones.
¿Qué es el happening?
El happening, dentro del concepto de performance, es toda obra performática que no se rige por guión alguno, que obliga al artista a exponerse a las situaciones con la improvisación como arma. Tiene como fin la participación del público, casi siempre desde el punto de vista de romper con lo academicista, con la noción de la creación artística como objeto solo al alcance del artista consagrado. Es una reclamación del arte como algo inacabado, en lo que el público es necesario tanto en el proceso como en el significado de la obra.
Entre ellas, la interacción durante la entrevista es constante. Aún a través del móvil, y sabiendo que Ana no la puede ver porque se encuentra en un lateral, sonríe y lanza una mirada cómplice cuando la describe como “un pilar” en el grupo. Y es que La Yerbabuena, aunque ha evolucionado mucho desde lo que era inicialmente y sus integrantes han ido y venido, no sería lo mismo si no tuvieran la relación que tienen entre ellas. El objetivo de sus reivindicaciones exige un alto grado de compenetración, de confianza entre quienes lo escenifican.
Casi no ensayan, es el atractivo de lo fugaz, y ellas prefieren no sugestionarse a su experiencia para dejarse fluir mejor luego. «A veces nos centramos más en el resultado que en el proceso. Pero en el proceso está todo, el proceso realmente es el resultado, ya estamos viviendo el resultado durante el proceso» dice Ana desde la pantalla pixelada del móvil de Cindy. – durante los últimos minutos el teléfono ha avisado, queda poca batería -. Es muy difícil no dejarse llevar por el querer corresponder lo que se espera de una misma, por olvidar que el proceso tiene un sentido más definitivo que el resultado en sí. Sobre todo, cuando se tiene un público que asiste a las performances habitualmente, que sí espera la conmoción -ya conocida por antonomasia- a la que precipitan sus representaciones.
Pero la liquidez de sus trabajos no solo radica en su modo pensar y crear, sino también en su manera de exponerlo. A Cindy no le gusta repetir las performances, pero, sin embargo, Patri ve plausible repetirlas en algunos casos. El lugar en el que se hace cada pieza es un factor clave, y la calle siempre da más pie a la interacción. En la calle y espacios comunes es también donde encuentran la mayor parte de los materiales para sus escenografías y es al aire libre donde casi siempre prefabrican sus ideas. Es también en el exterior donde estamos ahora.
Sin embargo, y aunque lo tomen como un resultado válido como cualquier otro, pueden echar en falta a veces un poco más de respuesta activa dentro de la actuación, por parte del público. Tal vez sus formas de incitar a ello no queden del todo claras, pero ellas tampoco quieren ser explícitas, quieren que la interacción nazca dentro de les espectadores. Así ven su trabajo como una investigación, un aprendizaje constante y profundización dentro de los conceptos de la performance y el happening. Tienden a la radicalidad, sin ser necesariamente agresivas, sino directas, provocadoras. Llevan al público a situaciones límite para hacerlo reaccionar. Nadie que las conozca va a verlas para pasarlo bien. Son, más bien, un jarro de agua fría en un momento de comodidad, en el que no todos los sentimientos que emanan son fáciles de aceptar.
«Me estoy quedando dormida y de repente veo la imagen del resultado’’ cuenta Patri sobre su proceso creativo. Con la misma expectación cuenta cómo se conocieron. Fue una noche de viernes cualquiera, de esas en la que sales con tus amigas a tomar algo, una cosa lleva a la otra y terminas casi huyendo hacia alguna sala en la que ponen música. “La típica conversación de borrachera”, comenta Ana.
Cómo surge La Yerbabuena
El padre y el tío de Patri tenían una compañía de títeres que se llamaba La Yerbabuena, y ella había estado dándole vueltas a cómo reconvertir eso en un proyecto que aún entonces no tenía forma definida. Aquella noche consiguió transformar esa idea en el proyecto participativo que es ahora. Cada persona que ha pasado por La Yerbabuena ha pertenecido a un curso diferente, aunque todas han sido alumnas de la misma escuela. Por lo visto, la motivación externa las unió más que sus propios estudios.
Su vínculo juega el papel fundamental en lo sensitivo de sus creaciones. Gracias a esta conexión consiguen emplear sus performances como una manera de proponerse retos personales, llevarse a sí mismas al límite y superar sus propios miedos. Es incluso una terapia para ellas. Ana tiene claro que, sin este vínculo, su miedo escénico le habría impedido exponerse de la manera en que lo hacen.
En la última performance Patri tuvo que meterse en una caja. Por su claustrofobia -por lo que realmente lo hizo- fue un verdadero desafío. Pero quien realmente lo pasó mal fue Cindy, que no pudo esperar más de cinco minutos para sacarla de la caja de cartón en la que la habían encerrado. La idea primera era dejar la caja abierta durante el resto del evento, y “suponía meterme en una burbuja de mis cosas”, dice Patri. Pero el intrusismo que había sufrido antes siendo pintada por Cindy, Ana y algunas personas del público que se animaron a participar provocó que Patri se sintiera invadida. “Vamos a contar diez segundos más y la sacamos”, fue lo que Ana le dijo a Cindy. Pero antes de llegar al final de la cuenta se lanzaron a ‘’hacer trizas la caja’’ y liberar a Patri.
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