Este texto está en la sección La Corrala, el patio de vecinas de La Poderío donde cada una charlotea, cascarrilla y pone colorá lo que sea mientras le da el fresquito o el sol en la cara. Más agustito que te quedas, oú. Eso sí, La Poderío no tiene nada que ver con lo que se pone aquí, solo apoya la participación de las lectoras. Puedes enviar tus artículos a ole@lapoderio.com. Otra cosa, antes de hacernos las propuestas pedimos que leas nuestro ideario.
La raíz latina de la palabra “censura” se relaciona con conceptos como juzgar o evaluar. Censurar es eliminar las partes, que de un todo, resultan inmorales, ofensivas o inapropiadas. La censura puede ser una agresión, más o menos sutil, contra la libertad de expresión.
La censura, por tener que ver con la moral, nunca podrá estar exenta de intereses, sesgos e ideologías. Y son estos los puntos a cuestionar cuando abrimos el debate de lo que debe o no ser censurable. Son comunes las denuncias, en su mayoría por parte de mujeres, en redes sociales como Instagram sobre lo que está permitido o prohibido mostrar en público. Lo público (perteneciente al pueblo) se antepone a dos conceptos que no son sinónimos entre sí. Lo privado y lo íntimo. En este mundo de redes sociales, los cuestionamientos en torno a la censura se estructuran en la tríada público, íntimo y privado. Las redes sociales no son públicas, no son íntimas, pero sí son privadas. Son empresas privadas las que marcan las pautas de uso. Empresas consolidadas en base a unos valores morales que muchas de sus usuarias cuestionan.
El pezón femenino. Inofensivo, no violento, ni agresivo es una de las principales dianas de la censura, que ha desatado oleadas de críticas y rebeliones digitales. ¿Por qué el pezón masculino no está sujeto al mismo grado de condena?
- Machismo.
- Conservadurismo.
- Heteropatriarcado.
- Todas las anteriores son correctas.
Por cierto, aprovecho para decir, que la palabra heteropatriarcado no está recogida en la Real Academia de la Lengua Española. ¿Censura? La respuesta correcta es D.
Paso al siguiente sujeto predilecto de los censuradores: la sangre menstrual. Censurada, incluso en los anuncios publicitarios de productos menstruales, la sangre responsable de darnos la vida de la que hoy disfrutamos cuenta con más refractarios que la sangre procedente de la violencia que nos mata. De nuevo está en juego el cuerpo femenino. De nuevo es él el objetivo de la censura.
Lo menstrual es censurado dentro y fuera de las redes sociales. Censurar la menstruación es eliminar una de las partes, del todo que conforma a la mujer, por resultar a alguien ofensiva, inmoral o inapropiada. ¿A quién podría parecerle que esto es así?
No quiero en este texto entrar a analizar las cuestiones entorno al cuerpo, y más concretamente al cuerpo femenino, no porque me resulten irrelevantes (todo lo contrario), sino porque quiero ahondar en un tipo de censura que es mucho más sutil, más macabra y mucho más inadvertida: la censura emocional.
Disgregar el cuerpo de la mujer en partes censurables o deseables, es un error de concepto tan grave como disgregar al ser humano en cuerpo y mente. Tan grave como lo es disgregar a la mente en razón y emoción. Tanto o más como lo es disgregar a las emociones en negativas o positivas. La censura no sería posible sin la disyunción exclusiva con la que opera nuestra mente. El sistema de pensamiento heteropatriarcal ha utilizado este operador lógico para estructurar sus intereses. Y así ha ido censurando las partes, de un todo, que no le convienen.
Partiendo del ser humano como unidad de lo social, lo femenino es censurable. Dentro de lo femenino ciertas partes del cuerpo son censurables. Dentro de estas partes del cuerpo, ciertas funciones son censurables. Dentro de estas funciones, ciertos estados emocionales son censurables. Y así llegamos a entender la expresión “no le hagas caso, está con la regla” o peor aún “no me hagas caso, estoy con la regla” o mucho, mucho peor aún, “no te hagas caso, estás con la regla”. La censura alcanza su máximo nivel de eficiencia cuando los sujetos sensibles de ser censurables aprehenden las conductas que se le exigen.
Las personas menstruantes atravesamos por diferentes estadíos emocionales a lo largo de nuestro ciclo hormonal. Existen etapas que nos hacen estar más sensibles o irritables. Esto no significa que nuestras emociones sean ficticias (no más que las de las personas no menstruantes), sino que el estímulo que las dispara necesita simplemente ser menos intenso, menos obvio o menos violento para desencadenar la reacción emocional. Al contrario de pensar que durante la menstruación (o la premenstruación, esto dependerá de cada quién) nuestra extrema sensibilidad debe ser obviada, deberíamos tender a percibirla como una señal, un testeo de que tal o cual situación nos resulta intolerable.
Para entender esto, debemos entender que a las personas menstruantes se las ha educado para soportar el dolor. Para soportarlo, además, en silencio. Dejando a un lado los ritos menstruales transgénero, por no tener éstos una causa fisiológica y por saberme ignorante con respecto a este tema, voy a considerar en esta ocasión sólo a las nacidas hembras como personas menstruantes. La hembra leída socialmente como mujer debe soportar el dolor, castigo de su pecado, de parir y, por tanto, de menstruar. Pero ante Dios, su padre, su hombre, debe mostrarse impecable, pura y siempre, siempre, ovulatoria. Se trata de una absurda y de nuevo dolorosa contradicción. Os preguntaréis ¿a qué se debe? La respuesta correcta vuelve a ser D.
El canon estético y moral del heteropatriarcado quiere quedarse sólo con algunas de las partes de lo que significa ser mujer. Cree que puede extirpar de nuestro ser las partes de las cuales no podría beneficiarse. Bajo este argumento encontramos la razón por la cual a miles de niñas se les practica la ablación del clítoris, por poner un ejemplo. Pero como este texto quiere hacer alusión a aquello que es puramente emocional, hablemos de las ablaciones a las que nos sometemos a nosotras mismas en ese plano.
La mente humana, por más encadenado que esté su cuerpo, siempre tendrá una puerta que la conduce directamente a la libertad. Esta libertad comienza con el conocimiento, la aceptación y más tarde, con la autorregulación de los procesos emocionales. Si siempre se nos relegó al mundo de lo intrapersonal, apropiémonos de lo que es nuestro y reivindiquemos el poder del saber que hemos estado custodiando tantos y tantos siglos. La sensibilidad emocional no es un hándicap, es una virtud. La irritabilidad no es obstáculo, al contrario, es una prueba irrefutable de que hay algo que nos duele y que debemos hacer todo lo posible para paliar nuestro propio sufrimiento.
El objetivo de esta reflexión es darle luz al cajón de las braguitas manchadas de sangre menstrual, a los granos en la piel, a las heces copiosas, al olor intenso de sudor, a los cólicos, a la grasitud en el cuero cabelludo, al deseo sexual creciente, al vientre inflamado, a la necesidad de abrazos, al llanto incontrolable y al querer estar sólo para una misma. Porque nos pasamos el resto de los días cuidando de los demás, reivindiquemos nuestro derecho a cuidarnos. A regresar a la intimidad antes de volver a ser públicas. A cuestionar y a transgredir las censuras.
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