Este texto está en la sección La Corrala, el patio de vecinas de La Poderío donde cada una charlotea, cascarrilla y pone colorá lo que sea mientras le da el fresquito o el sol en la cara. Más agustito que te quedas, oú. Eso sí, La Poderío no se hace responsable de lo que opinan las autoras y autores, solo apoya la participación de las lectoras como espacio de libre expresión. Puedes enviar tus artículos a ole@lapoderio.com. Otra cosa, antes de hacernos las propuestas pedimos que leas nuestro ideario.
Viki Hidalgo Rivas/ @vikingafem
No voy a decir na que no se haya dicho ya sobre la loca ola de actividades virtuales, eventos festivos, conciertos, clases de bailes, de deporte, citas pa aplaudir, trucos para hablar cinco idiomas, talleres de cocina o de cómo aprender a pintar en una hora, que nos agendan el día, la cuarentena y nos hacen sentir las personas más desgraciadas del planeta. Desgraciadas porque jamás seremos tan buenos como ellos y jamás estaremos a la altura de las circunstancias, porque no hay antídoto para ese veneno que nos inyectaron en las venas al nacer: el capitalismo. Y no vaya a ser que nos dé por parar, mirarnos pa dentro, pensar en qué coño estamos fallando como especie y barruntemos colectivamente como arreglarlo, porque seamos sinceras, esto está roto.
Nos robaron el cuerpo obligándonos a producir en horarios insostenibles y condiciones precarizadas para que la máquina siguiera siempre en marcha. Pero también nos robaron el alma cuando nos impusieron vivir 24/7 bajo el yugo del “tu puedes hacerlo mejor”. ¿Desde cuándo el ocio se volvió culpa? Quiero decir, somos conscientes de que el ocio es obligación, que estamos en una competición. “Pues yo he viajado por toda Europa, ¿y tú? Y tú, ¿en cuántos festivales has estado este año? ¿Cuántos idiomas hablas?”… Lo veamos o no, en un plano simbólico –velado- estamos compitiendo, porque queremos ser mejores que lxs demás, porque estamos peleando para coger el cachito de pastel podrido que está en nuestra mesa. El de la otra mesa tiene mejor pinta, pero esa no es la mesa que me ha tocado al nacer, y a pesar de ello la miro con deseo.
¡Desclasadas! Nos propongo algo: vamos a mirar a los ojos al sistema, todas juntas, para decirle: pues mira, ni puedo ni quiero hacerlo mejor, porque así en su mediocridad, ya es suficiente.
Pero es que hay más, mucho más. La colonización de nuestros cuerpos, bajo la idea de eficiencia y productividad capitalista, está tan metida a fuego y sangre, que somos como aquellas mujeres que dicen que les gusta llevar tacones de 15 cm. Ah bueno, que me faltaba el primo de capi, ese tal patri(arcado). A mí es que me gusta después de levantarme todos los días a las 6:00 cuando salgo de una jornada partida de 8 horas (siempre son más), con el estómago vacío porque el tupper da pa lo que da, irme a que un tío (o una tía, que pa eso algunos piden igualdad…) en un gimnasio me grite de manera violenta para seguir sintiéndome como una mierda porque obviamente mi cuerpo, como el de todas… amigas mías, nunca será lo suficientemente perfecto. Libertad de elección dice capi.¡JA!
El virus ha traído este mensaje: somos incapaces de parar. Ya no sabemos no hacer nada, creo que todavía conozco a gente que sabe no hacer nada. Resulta que hacer nada no es en realidad no hacer nada, es no hacer nada que resulte atractivo bajo los ojos de este sistema, o bajo los ojos de Instagram (sustitúyase por cualquier red social que permita mantenernos produciendo, aunque sea cachitos de ego).
Contéstame: ¿Desde cuándo no paseamos sin rumbo fijo, por el placer de pasear?. Me refiero, cuando todavía se podía pasear, tú me entiendes. Nos han robado los ritmos, la serenidad, nos han robado lo poco que teníamos y que nos pertenecía por completo a nosotras mismas, y a cambio nos han regalado angustia, miedo, inseguridad, y nos han vendido que eso se sana con una compra, una descarga, un like.
¿Qué valores sostienen esa idea de eficacia, de productividad? Valores de mierda. Perdón por la expresión. Creo que no estoy hablando de blanco o negro, la escala de grises es hermosa. Nuestras vidas, a pesar del derrotismo que señalo, merecen ser vividas. Lo que hacemos no es malo o bueno en sí mismo, lo es en relación al sentido que tienen y al grado de esclavitud o libertad que nos aportan. ¿No crees?
¿Qué te ha hecho sentir mejor persona hoy? ¿Qué te ha permitido sentir paz y serenidad contigo misma/o? ¿Sabes a qué sabe la libertad? Capitalismo es cantidad, y el mundo que queremos -uno mejor- no va de números, no es cantidad sino calidad, es calidez.
Cuando era pequeña, subía a la montaña a buscar cigarrones, esa era mi manera de hacer nada, quizás hacer nada es algo así como que fluya sin que esté programado, si que sea autoimpuesto.
Mi mente ya no es capaz de seguir construyendo texto con coherencia, pero una última cosa sobre la que estoy segura que habéis estado dedicando pensamiento, es que las redes sociales son ladrones capitalistas del tiempo. Por eso, he aquí un leve hasta luego.
**Por supuesto que este texto es un pensamiento situado. Este texto ni mío ni de nadie, es lo que ha evocado este otro, porque ni somos tan buenxs, ni queremos serlo.
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