La Poderío acompaña a la defensora palestina en su gira por Andalucía para denunciar las vulneraciones de derechos humanos en su país.
«Si ves a mi madre, dile que la quiero mucho», dijo a su abogada Muhammad, uno de los cuatro hijos de Manal Tamimi, después de haber pasado 25 días de interrogatorio en Baitah Tekva. La defensora de derechos humanos palestina estaba a dos metros de distancia del joven de 18 años y no la reconoció. Muhammad permaneció dos años encarcelado entre este centro penitenciario y Ofer, la única prisión israelí en Cisjordania, a diez kilómetros de Ramala.
La voz de Manal no se rompe al contarlo. Tampoco cuando explica historias personales como sus tres detenciones –una de ellas con una lesión de bala en la pierna, provocada por un disparo de un francotirador con silenciador, tras haber sido amenazada de muerte el día antes-, ni al enumerar las perpetraciones de derechos humanos acontecidas en Palestina en los últimos setenta y dos años. Rigurosa, detallista y directa, sus intervenciones en público solo son acompañadas de pequeñas notas en una hoja de cuadros doblada en cuatro, en la que suele identificar los ítems de los que quiere hablar con un asterisco. Pero nunca mira el papel. No lo necesita.
Tiene grabados a fuego los relatos de la ocupación israelí en Nabi Saleh, de donde es oriunda, un pequeño municipio a unos 20 kilómetros de Ramala, en Cisjordania. “Si las mujeres de Nabi Saleh podían, todas las mujeres palestinas pueden”, asevera la defensora describiendo la intervención femenina en las protestas pacíficas de los viernes, por las que su pueblo se ha vuelto un referente dentro y fuera de las fronteras de su país.
Desde que en 2009 los asentamientos comenzaran a crecer como setas, recortando cada vez más su espacio vital, limitando su derecho a circulación y el acceso a un manantial cercano, que es publicitado por empresas como AirBnB, TripAdvisor, Booking o Expedia como destino turístico, las condiciones de este pueblo de 600 habitantes han empeorado considerablemente. Según el informe Destino: Ocupación de Amnistía Internacional, las compañías turísticas digitales cometen crímenes de guerra, al lucrarse de territorios que legítimamente pertenecen al pueblo palestino:
“Estas empresas también anuncian numerosos hoteles, hostales, atracciones o visitas en asentamientos israelíes en los Territorios Palestinos Ocupados (TPO), y lo hacen pese a saber que la ocupación por Israel de Cisjordania —incluida Jerusalén Oriental— se rige por el derecho internacional humanitario, en cuya virtud los asentamientos israelíes son considerados ilegales. Además, actos clave necesarios para el establecimiento de asentamientos, como el traslado de población de Israel al territorio ocupado y la apropiación de bienes sin justificación militar, constituyen crímenes de guerra en virtud del Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional”.
Nabi Saleh no es una excepción. Más de tres millones de palestinos y palestinas viven en Cisjordania y, si bien la cifra de colonos no deja de aumentar, organizaciones como Amnistía Internacional calculan que hay 600.000, de los cuales un tercio vive en la Jerusalén Oriental ocupada. “Desde 1967, la política del gobierno israelí es promover la creación y expansión de los asentamientos israelíes en los TPO, en la actualidad hay 250”, según la organización de derechos humanos.
Para complicar aún más el rompecabezas de la lucha por la tierra, el territorio y el medioambiente en Palestina, Estados Unidos decidió dejar de considerar ilegales los asentamientos israelíes en territorio ocupado de Cisjordania, contradiciendo el artículo 49 de la Cuarta Convención de Ginebra de 1949, que prohíbe el desplazamiento de la población civil por una potencia ocupante. El pasado 18 de noviembre, el secretario de Estado Mike Pompeo anunció este giro respecto al posicionamiento estadounidense de los últimos cuarenta años.
La resiliencia de las tortugas
Una frase logra parar el tiempo para Katherine German, la integrante de la Asociación AlQuds de Solidaridad con los Pueblos del Mundo Árabe que interpreta consecutivamente a Manal de inglés a castellano el Día Internacional de los Derechos Humanos en el Rectorado de la Universidad de Málaga. “Somos como las tortugas, caminamos lento pero seguro y algún día lograremos ver el sol brillar”, afirma la palestina con una sonrisa, mientras le miro las manos y las fotografío. dulzura y firmeza. Como su relato entre metáforas y datos de muerte, ocupación y resistencia.
De vez en cuando, me hace un gesto de cariño. Sé que me está diciendo mentalmente “habibti” o “majnoneh”, “cariño” o “loca”, puesto que durante las dos semanas que hemos compartido, gracias a la gira de Amnistía Internacional, la Asociación AlQuds y la Plataforma Andaluza de Solidaridad con Palestina, se ha generado un vínculo muy especial, pero no deja de mirar al público.
Ese vínculo no es el único. Cualquiera que pase de oír a escuchar las vulneraciones de derechos humanos que la familia Tamimi y el resto de la población palestina sufren por el hecho de defender su tierra provoca el mismo proceso de empatía. Algo más de una semana después del encuentro en Málaga en diciembre, Patty Azocar Rozas, activista chilena hispalense de adopción desde 2016, me manda un audio por WhatsApp: «Hola Ruth, ¿qué tal? (…) Ha sido una experiencia muy bonita compartir con Manal. Me quedo con las cosas que hablamos con ella. Es una persona muy linda y que, a pesar de todas las cosas que le han pasado ella sigue hacia delante. Es una mujer resiliente. Le tomé un gran cariño. Espero vaya todo muy bien en Algeciras y Almería y que vaya todo muy bien. Por aquí guardamos un lindo recuerdo de ella y esperamos volver a verla en un futuro para compartir».
Patty no quiere aparecer en este artículo. Es una de las invisibles que trabajan día a día por la defensa de los derechos humanos en Sevilla, junto con Belén, Alejandro, Lukas o Celia, quien acompañó a Manal en otro de sus viajes durante la gira. “La única activista de derechos humanos veterana es Manal Tamimi”, enfatizaba Patty, “y mi madre, que luchó un lustro contra la dictadura de Pinochet, algo que por cierto le conté a Manal, para animarla a seguir resistiendo en Nabi Saleh”, justifica la chilena.
Maqluba antes de viajar a la isla verde
Desde que explicaron a Manal que el nombre de Algeciras provenía de Al-Yasirat Al-Hadra, la isla verde, se lo cuenta a todo el mundo siempre que puede. Emilio Sambucety es una biblioteca humana sobre el Campo de Gibraltar y se lo comentó mientras paseaban por los restos de las antiguas murallas y hablaban de Al-Ándalus. Al día siguiente, la charla de la defensora en la Universidad de Cádiz impactó a las más de ochenta personas que estaban en la sala, pero a una en especial. Un médico jubilado palestino que participó en la actividad confesó a la defensora que volvería a su tierra natal este año, después de mucho tiempo.
Mientras tanto, las confesiones con Manal florecen en medio de la gira por Andalucía y reconoce: “No fue fácil para mí ver a un hombre que es profesor llorar frente a sus estudiantes”. Aún le quedan tres o cuatro horas para llegar a Almería, así que podemos profundizar en la importancia de enseñar en valores y le respondo: “Creo que es lo mejor que les enseñará a sus estudiantes: antes de cualquier conocimiento… la empatía nos hace humanos. Deberías estar orgullosa”.
Ella no se enorgullece. Cambia de tema rápidamente y la conversación se diluye entre emoticonos y fotografías. Sabe que parte de su lucha es visibilizar lo que ocurre con total impunidad a la sombra del muro. Eso la ha llevado a viajar doce veces a Italia, seis a España y tres a Francia, sino le fallan las cuentas. También a participar en cualquier espacio al que la invitan. Aunque esté cansada. “Solo necesito una ducha y estoy lista”, resuelve después de dos días de viaje e infinidad de escalas para llegar a España, antes de un conversatorio con colectivos feministas en La Medusa.
Y lo cumple con puntualidad germánica. Después de 20 minutos, la defensora de derechos humanos está preparada para verbalizar su resistencia a la ocupación israelí y la lucha del pueblo palestino por su tierra. “Será breve”, le comenta Carmen Olmedo Torralbo antes del evento, una de las componentes de este oasis feminista en Málaga, que participó en la brigada “Un autobús contra los muros en Palestina” hace dos años. La defensora asiente sonriendo. Sabe que no será así: “las mujeres hablamos mucho. Eso es bueno”, me confesaba de camino. Tenía razón.
Mesa camilla
Cuando Javier Díaz Muriana, periodista y director de Existir es Resistir, el documental seleccionado para el Festival de Cine de Málaga en 2019 y el docuweb que acompaña con imágenes algunos de los relatos de Manal Tamimi en su gira andaluza, y ella se reencontraron, el cariño era evidente. Se conocieron en Ramala en diciembre de 2017 y, desde entonces, son como de la familia. “Javi sabe más de Palestina que yo”, bromea la defensora siempre que puede.
La gravedad de los hechos acontecidos a mediados de noviembre, donde fueron asesinados 34 palestinos –incluidos ocho de una misma familia- y decenas resultaron heridos tras el lanzamiento de varios proyectiles sobre la Franja de Gaza, según la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios y su denuncia pública en cada uno de los eventos andaluces aparecen en la conversación del “desayuno más palestino que Manal va a tener en Andalucía”, como le adelantaba Javi antes de que trajesen la comida. Ambos ríen tras la pausa solemne fruto del recuerdo a Gaza, sentados alrededor de nuestra “mesa camilla”.
El comunicador antequerano le explica el particular concepto de mesa camilla que articulamos en nuestras conversaciones desde hace años. “Sí, lo conozco”, reconoce la defensora aludiendo al mueble, aunque nosotros pensamos más en el espacio de cuidados que se genera gracias a él. “No tenemos una palabra en árabe, pero utilizamos ‘kanoon’, que es una mesa que puede ser circular o rectangular y tiene patas, como una barbacoa. Las familias la utilizan para calentarse en invierno”, explica la palestina. Días después, escucharemos de soslayo una charla entre una joven malagueña y su amiga en el centro de Madrid relatando, casi con los mismos detalles, la importancia de este mobiliario en los salones de las casas andaluzas.
Sin embargo, lo que importa no es el tablero horizontal, ni el brasero colocado en su parte inferior, ni siquiera la tela que llega hasta el suelo; sino las conversaciones que se generan con su calor. Como en nuestro desayuno, donde hablamos de proyectos, comida tradicional, resistencia, familia y de la vida, al fin y al cabo. La conversación en esta mesa camilla improvisada nos lleva a hablar de historias mínimas bajo la ocupación.
Maqluba y las semillas
Maqluba es un plato tradicional palestino a base de arroz, carne y verduras, que un domingo por la tarde decidió cocinar con unos activistas en Sevilla, antes de viajar a Algeciras. Durante la comida, como en todos los encuentros, las cotidianidades se entrelazan con los recuerdos de las personas que ya no están o que permanecen encarceladas.
Según Defense for Children internacional Palestine, 350 menores palestinos continúan encarcelados ilegítimamente en cárceles israelíes, lo que no solo atenta contra la Convención de los Derechos del Niño –que en 2019 cumplió su 30º aniversario-, sino también contra las normas de trato debido a las personas presas. “Para evitar el dolor de nuestros hijos, estamos educándolos mediante sesiones formativas. Traemos abogados y exprisioneros para que les hablen de cómo son los interrogatorios y reforzar su autoestima, sabiendo cuáles son sus derechos”, relata haciendo especial hincapié en el derecho al silencio.
Manal es madre y profesora vocacional. Siempre que puede, te enseña algo. Por eso se esmera aún más en elegir ejemplos cuando le preguntan los jóvenes. “Son semillas que vamos cultivando”, decía después de una de sus charlas. Una niña de menos de diez años en Málaga y otra de la mitad de edad en Sevilla preguntaron a Manal por su pueblo durante los eventos en los que participaron en sendas ciudades. “Es muy importante poner semillas en estos jóvenes, ya que son los que nos defenderán en el futuro”, contesta cuando le preguntan. “Estas giras sirven porque son una o dos semanas escuchándonos, pero después depende de vosotros, de cómo actuáis conociendo la situación”, concluye la defensora de derechos humanos.
El día que Manal Tamimi concluyó su gira andaluza en la Fundación Euroárabe de Altos Estudios de Granada, Javi estaba en Gaza y mandaba vídeos desde la Franja a la defensora palestina, quien nunca ha podido visitar esta parte de su país. Las conversaciones se vuelven a entrelazar a uno y otro lado del muro. Dos semanas de gira, siete ciudades e infinidad de semillas sembradas con el único objetivo de visibilizar la importancia de hablar y conocer, al calor de mesas camillas por toda Andalucía.
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