Este texto está en la sección La Corrala, el patio de vecinas de La Poderío donde cada una charlotea, cascarrilla y pone colorá lo que sea mientras le da el fresquito o el sol en la cara. Más agustito que te quedas, oú. Eso sí, La Poderío no se hace responsable de lo que opinan las autoras y autores, solo apoya la participación de las lectoras como espacio de libre expresión. Puedes enviar tus artículos a ole@lapoderio.com. Otra cosa, antes de hacernos las propuestas pedimos que leas nuestro ideario.
Pilar Iglesias Aparicio/ Activista feminista
Hoy, 25 de noviembre, una manifestación nos convoca nuevamente. Una manifestación en contra de las violencias machistas.
Pero muchas mujeres no estarán presentes, no saldrán a la calle, no gritarán consignas, no firmarán manifiestos. No irán junto con sus compañeras.
No me refiero solamente a las asesinadas, a las que pasaron a formar parte de la estadística oficial, o extraoficial.
Pienso, más bien, en todas las muertas vivientes. En las niñas, las jóvenes, las mujeres que viven aquí y ahora, en esta ciudad, en tu barrio, en el mío, en nuestras casas, que tienen como rutina de su vida la angustia cuando escuchan el ruido de las llaves en la cerradura. Que conocen el miedo inspirado por un silencio, una mirada, un gesto, una amenaza. Aquellas cuya vida transcurre en la angustiosa repetición del círculo de la violencia: de la aparente serenidad al aumento de tensión, para llegar a la explosión de insultos y agresiones, seguida de la humillante “luna de miel”. Un círculo en el que se borra lentamente su identidad, su personalidad, y van siendo aniquiladas como seres humanos.
Ellas pasarán, quizás, a nuestro lado, cuando caminemos en la noche, gritemos contra la violencia machista, o alcemos nuestras pancartas. Pero no se unirán, quizás ni nos miren, ni quieran ni puedan reconocer que lo que les sucede tiene nombre y no es una desgracia individual, un fruto de la mala suerte, algo extraño que se tienen merecido, sino una violencia profundamente cimentada en el más antiguo y universal sistema de opresión.
Porque eso que llamamos “violencia de género”, y también violencia patriarcal o violencia machista, es un conjunto de formas de violencia específicas contra las mujeres y las niñas por el mero hecho de serlo.
Los mantras de “todas las violencias son iguales”, sirven únicamente para invisibilizar las causas estructurales, sociales, culturales, ideológicas, profundas, que subyacen a cada forma de violencia. Ocultar bajo semejantes generalizaciones la carga de racismo, xenofobia, homofobia o aporofobia subyacente a muchas expresiones de violencia, no contribuye precisamente a poder modificar aquellas creencias, actitudes y comportamientos que las sustentan.
Hablamos de violencia de género contra las mujeres y las niñas, porque es una violencia sustentada en una construcción social, cultural, ideológica, de visión del mundo patriarcal androcéntrico, en la que la misoginia, es decir, el desprecio y desvalorización de las mujeres, es parte esencial. Durante siglos, desde las religiones, la filosofía, la cultura, el arte, la literatura, la ciencia, la medicina, etc., se ha construido todo un argumentario misógino. El patriarcado androcéntrico, como sistema de poder, se mantiene gracias a la violencia, sea extrema, como en el caso del asesinato, la mutilación genital o la violencia sexual, o sea más sutil, como en esa red de “pequeñas” agresiones que condicionan la vida de las mujeres de todas las edades.
Me gustaría terminar estas líneas citando la definición de “violencia contra la mujer” del Convenio del Consejo de Europa sobre prevención y lucha contra la violencia contra la mujer y la violencia doméstica, de 11 de mayo de 2011, conocido como “Convenio de Estambul”:
Por «violencia contra la mujer» se deberá entender una violación de los derechos humanos y una forma de discriminación contra las mujeres, y se designarán todos los actos de violencia basados en el género que implican o pueden implicar para las mujeres daños o sufrimientos de naturaleza física, sexual, psicológica o económica, incluidas las amenazas de realizar dichos actos, la coacción o la privación arbitraria de libertad, en la vida pública o privada.
No estaría de más que ciertos personajes que desgraciadamente se pasean por parlamentos y gobiernos autonómicos, recordaran que ésta y otras leyes obligan a todas las instituciones, más allá de sus particulares opiniones aberrantes.
Saldremos a la calle, gritaremos, haremos silencio, alzaremos pancartas y nos tenderemos la mano en sororidad. Todas somos cada una de las que no están. Y cualquier agresión a una es una agresión a todas.
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