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Vikinga Fem/ Antropóloga e investigadora abortera.
“Tengo ganas de salir con carteles a la calle y encontrarme en multitudes para cambiar la vida” . Julieta Kikwood.
El aborto es un hecho social universal donde las diversas creencias y actitudes de cada cultura entran en juego con elementos de la organización social tanto económicos, políticos, jurídicos, médicos como religiosos y éticos. Estos delimitan en qué punto del continuum se posiciona cada sociedad, pudiendo ir desde la máxima restricción con leyes que criminalizan la práctica con penas de prisión para las mujeres que abortan, pasando por regulaciones más o menos paternalistas con leyes de supuestos, hasta legislaciones que dan mayor autonomía a las mujeres con leyes de plazos.
“La posibilidad de expulsar del útero a los fetos antes de que se produzca su nacimiento con la intención de destruirlos, parece formar parte por tanto de los marcos fundamentales de la existencia humana en la sociedad” (Boltanski, La condición fetal. 2016).
Desde la antigüedad hasta la era moderna y previo a la aparición de la ciencia biomédica, era habitual el empleo de diferentes técnicas para interrumpir embarazos no planificados, entre ellos era común el uso de hierbas abortivas, uso de medios mecánicos, golpes o compresión del vientre, o métodos combinados con introducción de sustancias en la vagina.
Gran influencia en la construcción social del aborto tuvieron y tienen las diferentes religiones monoteístas que, interpretadas por hombres, le han asignado a las mujeres un lugar “privilegiado” en el purgatorio. Con el cristianismo, el aborto queda restringido y castigado con la excomunión incorporando una nueva noción sobre la vida donde el alma, desde la concepción, otorgaría categoría de ser humano. En esos espacios de misoginia resisten compañeras feministas como Católicas por el derecho a decidir. En el siglo XVII el aborto cumplía la función de control de la población, se trataba de medidas de carácter político e higienistas. Técnicas que se desarrollan aun en pleno siglo XXI, con el ejemplo paradigmático del aborto selectivo de niñas en Asia.
Este breve recorrido nos muestra que en torno al aborto siempre ha existido un doble discurso de reprobación vs. tolerancia, que relega la práctica a lo privado poniendo de manifiesto que sigue siendo tabú. Sería acertado afirmar que el aborto tiene connotaciones negativas porque supone la máxima negación de la sacralizada maternidad, que en palabras de la escritora afroamericana, feminista, lesbiana y activista por los derechos civiles, Audre Lorde, sería la única fuente de poder social a disposición de las mujeres en el marco de la estructura patriarcal.
El rechazo a la maternidad supone una transgresión que merece ser castigada, en algunos lugares con prisión, con el estigma en otros y, en muchos tantos, con la culpa, el silenciamiento y la vergüenza. la antropólogoa Emily Martin (2006) decía que el patriarcado considera el cuerpo femenino un sistema que fracasa siempre que no consiga el objetivo último, la procreación.
En las últimas décadas, la regulación del aborto se ha abordado, por un lado, como un asunto de salud pública donde luchar contra la mortalidad maternal; y de otro, con el desarrollo de los estados modernos, como un derecho humano.
El feminismo, a partir de los años 70, incluye en su agenda los derechos sexuales y reproductivos (o no), poniendo en marcha los grupos de autoconciencia siendo el Colectivo de Mujeres de Boston y su clásico Our Bodies, Ourselves for the new century, un manual de salud y sexualidad sobre los ciclos vitales femeninos. Este se convirtió en la biblia de muchas mujeres y que impulsó un interesante proceso de desmedicalización, despenalización, desobediencia y sororidad, un análisis crítico del discurso experto ofreciendo otra forma de gestionar la salud desde la reapropiación del saber y la autonomía.
El aborto en el mundo
Los datos sobre aborto a nivel mundial son demoledores. Según datos oficiales, se realizan anualmente alrededor de 56 millones de abortos inducidos. Del grueso total, 25 millones de abortos entran en la categoría de peligrosos, esto significa que el 45% de las mujeres que interrumpen voluntariamente un embarazo ponen en riesgo sus vidas.
Como observamos, el mapa nos dibuja una situación de injusticia, señalando a aquellos países que son cómplices de la muerte de decenas de mujeres y del sufrimientos de otras miles. La mayoría de abortos peligrosos que tienen lugar cada año alrededor del planeta -el 97%-, se produjeron en países de África, Asia y América Latina, aunque también países autodenominados desarrollados ostentan cifras de la vergüenza.
Cabe señalar que, globalmente, del total de embarazos que tienen lugar cada año, una cuarta parte terminará en aborto. El dato es contundente, se estima que 99 millones de embarazos no planeados ocurren cada año en el mundo, de los cuales más de la mitad terminarán en aborto.
Según estimaciones recientes, al menos el 8% de las muertes maternas a nivel mundial se deben a abortos inseguros, es decir, 22.800 mujeres mueren cada año debido a complicaciones de abortos inseguros, muertes totalmente evitables.
Nos detenemos en El Salvador, país que desde 1997 el aborto está penalizado absolutamente sin excepción y la institución avala la persecución de mujeres cuando existe sospecha de aborto. Mujeres, empobrecidas en su mayoría, son denunciadas por aborto y debido a la legislación vigente reciben condenas de hasta 40 años de prisión.
Esta muestra no es más que una parte ínfima de la violencia a la que las mujeres estamos expuestas a lo largo y ancho del mundo por habitar un cuerpo expoliado.
¿Cuál es la situación en el Estado Español?
Para situarnos en el presente es justo y necesario mirar hacia atrás. Tras el intento fallido de regulación del aborto por parte de la Ministra de Sanidad, Federica Montseny, allá por el año 1936 durante la Segunda República, y truncado por la dictadura franquista, tuvo que llegar la transición a la democracia, varios años de propuestas de ley y un recurso de inconstitucionalidad por parte de la conservaduría para que finalmente en el año 1985 se promulgara la ley de aborto terapéutico. La ley despenalizaba el aborto en tres supuestos; violación (12 semanas), riesgos de malformaciones en el feto (22 semanas) y riesgo para la salud física y mental de la madre (sin límites).
La sociedad española avanzaba muy rápido y su legislación se quedaba obsoleta, las mujeres que querían abortar por múltiples motivos que no contemplaba la ley aprovecharon la brecha que abría el supuesto “riesgo para la salud mental”, y esto manifestó una clara demanda de modificación de una ley restrictiva. Así se alcanzó en 2010 la ley que rige actualmente “Ley de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo”, un logro de la presión del movimiento feminista promulgada por el gobierno socialista.
La ley reconoce el derecho de las mujeres a la autonomía y a la libre disposición sobre sus cuerpos y entiende que la decisión última de recurrir o no a un aborto corresponde exclusivamente a la mujer interesada. La norma permite la interrupción del embarazo dentro de las primeras 14 semanas de gestación a petición de la embarazada, siempre que se haya informado a la mujer embarazada sobre los derechos, prestaciones y ayudas públicas de apoyo a la maternidad y haya transcurrido un plazo de al menos tres días, desde que se da la información hasta realización de la intervención. Por causas médicas, se permite hasta las 22 semanas de gestación y siempre que exista grave riesgo para la vida o la salud de la embarazada y riesgo de graves anomalías en el feto y así conste en un dictamen médico. Y sin plazo cuando se detecten anomalías fetales incompatibles con la vida.
Sin embargo, estos derechos adquiridos son papel mojado en manos del gobierno de turno, pues en el año 2013 la conservaduría, de nuevo, atacó con una propuesta de reforma de la ley proponiendo un sistema más restrictivo que el de 1985. Ante la falta de consenso político y el enorme rechazo social que se manifestó en las calles liderado por el movimiento feminista, en 2014 retiran el anteproyecto, colando en 2015 una reforma de ley que obliga a las mujeres de 16 y 17 años que quieran interrumpir el embarazo obtener permiso de los progenitores.
Feminismo o barbarie
A pesar de ciertos avances en diferentes territorios, el derecho al aborto es un asunto que se cuestiona aun cuando las sociedades lo incorporan en su ordenamiento jurídico, pues operan otros elementos que continúan situando a las mujeres y las decisiones propias en un lugar de subalternidad.
Por esto se torna imprescindible seguir luchando en favor de la despenalización social, que pretende transformar el imaginario colectivo en torno al aborto, desmitificando falsas creencias, rompiendo actitudes moralistas e instalando una postura de respeto a los derechos de las mujeres. Y de otro, la despenalización legal, que implica regular la norma para que la legislación contemple diferentes opciones de aborto –libre, terapéutico o plazos- y deje de constar en el código penal como un delito.
Los colectivos feministas históricamente han estado presentes en ambos espacios de lucha, con un férreo compromiso político por la transformación de la percepción social negativa del aborto, abordándolo con naturalidad en contraposición al tabú instalado en torno a la práctica, promoviendo la autodeterminación corporal y cuestionando la maternidad como destino único para las mujeres.
Despenalizar es un proceso de demolición del imperativo patriarcal que señala que ninguna mujer debería abortar, se trata de destruir las categorías de buenas y malas mujeres, rompiendo con el silencio, la vergüenza y la culpa. Un silencio impuesto que es el origen de un profundo dolor para muchas mujeres que se ven obligadas a callar y lamentarse por una decisión propia, generando malestar y heridas emocionales que no son consecuencia de la práctica del aborto en sí, sino de la concepción social negativa de este. En nuestras sociedades de tradición judeo-cristina, la ausencia de deseo materno se castiga con la culpa, y cuando ese deseo de feminidad impuesto es transgredido, lo que se está abortando más allá de un feto es el concepto de mujer-madre como destino único. Por tanto, rechazar el mandato que empuja a continuar con un embarazo no deseado, vendría a ser tanto un pecado como un fracaso social.
¿Cómo se construye esta lucha por la despenalización?
Desde la rebeldía y el apoyo entre iguales, la sororidad. De nuevo la genealogía feminista, pues tenemos la estela de quienes nos precedieron, ellas esbozaron el camino. Las feministas de Chicago conocidas como “Jane” que ya en 1969 proporcionaban el acceso al aborto a miles de mujeres, creando una red de centros y profesionales médicos, exponiéndose a penas de prisión y actuando como palanca de cambio en la trasformación de la opinión pública. O la organización feminista holandesa “Women on Waves” que en 1999 construyeron un barco medicalizado donde practicaban abortos en aguas internacionales, a 15km de la costa de países donde la práctica está prohibida, y donde rige la legislación de la bandera del barco. Actualmente, la tecnología permite enviar vía correo postal a estos países que no respetan los derechos de las mujeres, las pastillas que inducen el aborto -Misoprostol y Mifepristona-.
En el contexto de América Latina, fueron y son cruciales las líneas telefónicas de atención a mujeres que abortan, pues se encargan de entregar información sobre el procedimiento de aborto seguro con pastillas en casa. Ecuador (2008), Chile (2009), Perú (2009), Argentina (2009) vienen desarrollando desde la creación de estas líneas, una estrategia de despenalización y acompañamiento a mujeres que abortan en contexto de clandestinidad, facilitando el acceso tanto a la información como al fármaco. Cabe señalar el activismo de las mujeres argentinas que a partir del Encuentro Nacional de Mujeres en Rosario (2003) crearon la “Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y gratuito”. Con el pañuelo verde como símbolo, han colocado en el espacio político público un tema absolutamente invisibilizado y negado en el país. Pero, además, han construido una red conformada por cientos de colectivos que, de manera informal, dan respuesta a miles de mujeres que deciden abortar a lo largo y ancho del país. Por más que los gobiernos den la espalda a un clamor popular hermoso en forma de marea verde.
Experiencias las señaladas que dan cuenta de que con sororidad y rebeldía, las mujeres tejemos nuestra autonomía. Son múltiples los actos de insumisión de estos grupos que pasan por practicar abortos fuera de la ley: abrir centros de educación sexual y de anticoncepción, crear grupos de autoconocimiento o acompañar a mujeres a abortar en la clandestinidad. Aun a riesgo de ser arrestadas y condenadas, la emancipación colectiva es el impulso a la acción.
En las culturas que bebemos de la tradición judeo-cristiana la desobediencia es una práctica que lleva implícito un castigo, desobedecer el orden establecido fue el origen del mal, y llevaba nombre de mujer: Eva o Pandora.
Las mujeres hemos aprendido a desobedecer como estrategia de supervivencia, ya en el siglo XIX en el movimiento feminista encontramos el antecedente de desobediencia civil en las sufragistas, con la primera práctica de huelga de hambre. En el siglo XX, en el marco de la Segunda Ola, se inician actos de desobediencia frente a la prohibición del aborto que se enmarcan en una estrategia de autoinculpación en los juzgados, con la consigna “yo también he abortado” (Las 11 de Bilbao).
Desobeder la ley, pero también la norma social es entregar información sobre aborto con pastillas en contextos de criminalización, o en estados como el español donde muchas mujeres migrantes quedan fuera del sistema, desobedecer es facilitar el acceso al medicamento a las mujeres que deciden abortar en la clandestinidad, acompañar en el proceso exponiéndose al castigo. Desobedecer es cuestionar y rechazar de pleno los mandatos de género que infatilizan y tutelan a las mujeres.
Despenalizar desde la rebeldía, la sororidad y la desobediencia implica un posicionamiento en el mundo que entiende que los cuerpos de las mujeres son un territorio de lucha, que ya no están vinculados exclusivamente a la reproducción. en esta aldea global patriarcal se construye un feminismo internacionalista que genera estrategias de rebeldía y resistencia. Por eso poner el cuerpo en la defensa de la libre decisión en torno al aborto se convierte en un acto de justicia social, y así nos lo muestran las miles de mujeres que nos preceden y las que ahora con sus narrativas nos ofrecen sus experiencias de transgresión de la norma, dando pasos que nos acercan cada vez más a la maravillosa utopía de la emancipación de las mujeres.
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