El feminismo ni ha llegado ni ha venido para quedarse. El feminismo en los pueblos ya estaba y, si acaso, se ha despertado con más mala uva que nunca, pero eso sí, siempre de la mano de las vecinas. Que te hace falta un puchero, ahí está. Que no tienes donde dejar los niños, traelos pa´ca´.
En los pueblos, no se habla de LGTBI, ni de diversidad sexual, ni identidad de género, esas son las marimachos, las tortilleras, las bolleras, los mariquitas, bujarras o maricones, pero para no normalizarlo como un insulto, ya está el feminismo que no tiene altura por encima de ningún hombro, te defiende y se parte la cara si hace falta por sus amigas, ¡aaaains, de aquel que se meta con las amigas!
“No me toques las palmas, que me conozco”, se dice. Y las palmas retumban de las manos de las andaluzas que se levantaron un 8 de marzo de 2018. Algunas lo hicieron desde sus casas, otras se tuvieron que ir del pueblo para desinhibirse y a otras les sudaba lo de ahí abajo. En Arcos de la Frontera, en la pura y blanca serranía de Cádiz, junto a más pueblos de la comarca, decidieron montar una caravana que les llevase hasta Jerez de la Frontera. Más de 30 coches se juntaron con sus banderas y globos. “Fue la primera vez que tomamos conciencia de que teníamos que ir juntas y unir fuerzas”, recuerda Susana Pérez, integrante de Marea Violeta Sierra de Cádiz.
Mujeres organizadas para sentir la libertad. Manifestarse, cantar, gritar, sin sentirse juzgadas es el motivo por el que las mujeres del pueblo quisieron ir a Jerez de la Frontera. Algunas mujeres salen a llenar las plazas por primera vez con pintadas moradas. “En el pueblo hay falta de destape, o como diría Mar Gallego, de salir del armario. Dar un paso adelante y decir esa soy yo y ese es un trabajo que hay que hacer entre todas”, dice Susana. Y es que aunque (que) parezca que en estos últimos años se dan pasos de gigantas, todavía se criminaliza el feminismo, la idea y los actos.
Por eso, Susana lo explica con mucha cercanía y mucho poderío. “En el feminismo de pueblo, y en los demás, se trata de que las mujeres puedan ser las protagonistas de su propia vida, intentar aparcar el cuidado al otro y a la otra y posicionar en el centro su propia historia de vida. Hay que empezar a trabajar desde la toma de conciencia de dónde estamos y por qué estamos y a partir de ahí poder elegir ser la mujer que quieras ser”.
La pedagogía también está presente en este proceso en el que las mujeres del pueblo le ponen nombre a las cosas para visibilizarlas. “Es importante que las mujeres tomen las riendas de su vida y se descarguen de toda la carga que históricamente hemos tenido. Intentar evitar ese sentimiento de culpa por no estar pendiente del cuidado del otro y de la otra«, así lo sabe Susana. Por ello, para hablar y sentir el feminismo de una, lo mejor son los ejemplos de la vida misma, del día a día cercanos a la realidad de sus casas. “El lema que más gusta en el 8 de marzo es el de “Manolo Manolito, te cocinas tú solito”, porque es la que más representa a la realidad que ellas viven”.
Y ese trabajo de resurgir, Susana lo vive en sus propias carnes y en el de las mujeres que la rodean. “Mi madre por ejemplo no se reconoce feminista para nada, pero yo la he escuchado muchas veces decir que a qué hora había nacido mujer. Que los hombres tienen más privilegios, que hay que ver que ya no puede más, que no sé qué que no sé cuánto y entonces es hacerle ver que esa lucha es la que abandera el feminismo”. Por eso, emocionada, Susana lo deja bien claro: “Al final yo lo que le digo a mi madre es que el feminismo es una cuestión de ser felices, que vida no hay más que una”.
“Cubrir de violeta la sierra de Cádiz”
La adrenalina del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, fue la chispa que encendió la candela, y entre tanto y tanto había ideas y ganas, pero no fue hasta el 15 de enero de este año cuando con la llegada de la ultraderecha fascista al Parlamento de Andalucía y sus políticas misóginas, las mujeres de la sierra gaditana fletaron un autobús para ir a Cádiz a manifestarse bajo el lema “ni un paso atrás en políticas de igualdad”.
Sin embargo, esto también les sirvió para darse cuenta de que necesitaban generar más contacto y redes con las mujeres de la Sierra y por eso desde Arcos montaron un encuentro. “Lo primero es visualizarnos en el espacio. Para ver de dónde veníamos dibujamos con tiza la silueta de la Sierra de Cádiz y bajo el nombre de cada pueblo la frase “será feminista o no será” y a lo que llamamos olla del puchero, echábamos los ingredientes que cada una tenía que aportar: la fortaleza, lo jartible,… y recoger otro ingrediente. Por ejemplo: yo recojo la valentía y la fuerza de las mujeres de Bornos, de Arcos y pongo los jartible”.
Pero la cosa no fue como se esperaba. “Hicimos un cartel que decía: ¡vente con tu abuela, con tu vecina! Pero la verdad es que no tuvo todo el éxito que nos hubiese gustado, porque el objetivo era que viniesen mujeres de los pueblos de la Sierra de Cadiz y en realidad vinieron mujeres de tres o cuatro pueblos, cuando somos 19”, explica Susana.
Una de las cosas que más se escuchó en este encuentro fue “yo soy de pueblo” y de ahí la reflexión de sus cosas buenas y también los límites que atraviesan a las mujeres. “Lo primero, son los tabúes. La educación sexual, el qué dirán, la apariencia, el sentirse siempre bajo la mirada del otro y de la otra, la falta de recursos a nivel formativo que supone un límite en el desarrollo personal de nosotras.
Mujeres que tienen que salir del pueblo para formarse y encima es una suerte, pero hay otras que no tienen esa oportunidad, por la edad o por otro tipo de circunstancias”, señala Susana, a lo que además añade un cosa clave: la falta de redes feministas en los pueblos. “Estas redes existen, pero también existe la incomprensión cuando por fin te reconoces como feminista y necesitas espacios propios y estos no se dan”.
Toda feminista necesita un pueblo propio. Hay que decir, que los estereotipos no siempre superan a la realidad. El machismo no solo está en calles estrechas y empedradas o con balcones llenos de macetas, también lo está en avenidas amplias e infinitas con edificios futuristas. El patriarcado está en todos lados, solo que se manifiesta de forma diferente y atraviesa según la territorialidad. La educación tiene mucho que ver en la perpetuación de los roles que responde a una realidad de desigualdad de las mujeres respecto a los hombres.
En los pueblos, el tiempo va más lento y los procesos también. A esto, Susana concluye que “el espacio de los privado siguen siendo de la mujer. La gran diferencia entre mujeres de pueblo y ciudades es la limitación de las primeras para su desarrollo personal. Los roles están claramente establecidos: los hombres como productivo, y la mujer reproductivo. Las mujeres en los pueblos claro que trabajamos, pero nuestro sueldo se suele considerar como un aporte económico complementario a la unidad familiar, pero que además no suele tener reconocida todas las condiciones laborales y hay que tener en cuenta que la precariedad laboral es horrible”.
Por eso, cuando las mujeres reconocen alto y claro sin tapujos el “yo soy de pueblo”, aparte de darse cuenta de las limitaciones y qué quieren cambiar, también empiezan a crear conciencia desde su identidad de pueblo de lo que no quieren ni tocar. “No queremos cambiar la sororidad, ni el sentido de la comunidad, que nos conozcamos todas. Esa cercanía de los buenos días y las buenas noches”.
Y entre esas limitaciones, está el dedo que apunta. “Yo como feminista de pueblo me siento señalada, porque además en el pueblo hay muy poca gente que lo verbaliza. Sin embargo, cuando hay algún caso de violencia de género las mujeres acuden a mí sin conocerme de nada, porque no saben dónde acudir o porque no encuentran en la institucionalidad una respuesta real a lo que ellas verdaderamente necesitan como es la confianza”, apunta desde el colectivo Marea Violeta Sierra de Cádiz.
Y es que lo que pasa en muchos sitios con las instituciones, es que la igualdad y las mujeres se han convertido en temas de instrumentalización. En lugar de buscar una equidad a través de una participación paritaria, los carteles se llenan con nombres de mujeres: festival de la guitarra con nombre de mujer, noche de la mujer, que si vino y que si fue de la mujer, y en estos espacios sí hay una aparición de la mujer, pero en el momento en que hablamos de festivales, tertulias, del vino y que si fue, a secas, sin especificar sexo y género, ya no se invita ni se cuenta con la mujer.
Y como en todos lados en los pueblos también están las asociaciones de mujeres, pero ojo, lo femenino no implica lo feminista y eso también le pasa a Arcos de la Frontera. “En mi pueblo hay por lo menos 10 asociaciones de mujeres, pero ninguna se reconoce feminista y no asumen el papel de transmitir los valores del feminismo o de hacer educación para la ciudadanía del desde el punto de vista feminista.
Son mujeres muy mayores, que dieron impulso a sus asociaciones con el fin claro de colgar los delantales y salir de sus casas, para compartir y disfrutar de la mano de otras vecinas, pero de las que al mismo tiempo la institucionalidad pública se ha servido en muchos casos”, aclara contundente Susana. Nosotras, identificamos la necesidad imperante de dar un paso y más y comenzar a hacer indicencia política, denuncia social e ir a la raíz de los mandatos patriarcales que en los pueblos recibimos, para romper así también con los roles de género imperantes».
“Ser feminista de pueblo no es fácil, pero tenemos que serlo”, apunta Susana, y para ella lo importante desde el colectivo es no criticar a las mujeres que no acudan a la manifestación, sino entender lo que supone para ellas y animarlas en ese proceso personal y político en el que necesitan acompañamiento.
“Son procesos en los que las que tenemos conciencia tenemos que acompañar pero desde el máximo respeto entendiendo que los procesos y las dinámicas del pueblo no son las de las ciudades y que las limitaciones que puedan tener las mujeres a todos los niveles son muchas, desde la falta de empoderamiento económico a la baja autoestima, a la invisibilización sometida durante toda su vida”, dice Susana.
El ir y venir de las mujeres de los pueblos a la ciudad también construye una realidad diferente. Según, Susana Pérez son las mujeres jóvenes que ya no viven en sus pueblos las que tienen una mayor conciencia y participan de forma activa en los colectivos feministas, ya que casi todas viven fuera por temas profesionales y van al pueblo los fines de semana.
“Muchas de nosotras hemos participado previamente en colectivos feministas de las ciudades y ahora estamos viendo que es necesario el resurgir en nuestros pueblos”. Aún así, saben muy bien, que “no necesitan que la feminista urbana venga a los pueblos a despertarnos ni nada de eso, es más un resurgir desde la identidad de pueblo, pero es verdad que el empuje nosotras si lo recibimos de las mujeres urbanas porque por ejemplo a estos encuentros han venido compañera de las ciudades y el apoyo es fundamental. El apoyo lo ves, lo recibes y se agradece”, aclara la integrante de Marea Violeta.
Hasta en un mismo territorio, en diferentes calles, el feminismo es plural y diverso, hacer un potaje con todo es cuestión de gustos, pero sobre todo de respeto. Seguro que se nace con una mirada violeta, pero las experiencias la decoloran. Por eso el proceso empieza con deconstruir lo conocido y siempre volver a aprender.
Las feministas de pueblo que están en las ciudades también pasan por ese proceso y por reconocer, como diría Susana, “que tenemos un compromiso social con nuestras vecinas, con nuestras madres, abuelas y todas las mujeres del pueblo que desde pequeñas han permitido que hoy seamos las mujeres que somos”.
Ellas forman parte de nuestra realidad y de nuestra conciencia de género, por eso, para Susana es fundamental que “miremos para atrás, para nuestro pueblo y empezar a trabajar desde nuestras raíces aunque no vivamos en el y darle a las nuevas generaciones, lo que a nosotras nos dieron nuestras antecesoras. La historia de los pueblos está en continuo movimiento, son dinámicos y nosotras formamos parte de esa dualidad de mujeres de pueblo y de ciudad que construye realidad”, concluye.
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