El 24,8% de los partos en España se producen por cesárea (datos de 2016). La tasa justificable de partos por cesárea según la Organización Mundial de la Salud (OMS) es de entre un 10 y un 15%. Con los datos en la mano, es difícil saber si nuestra cesárea fue o no necesaria. ¿Qué consecuencias tiene eso en nuestras vidas y nuestros cuerpos?
Mis heridas cumplen un año dentro de muy poquito. Todo mi mundo sabe que Juan está a punto de cumplir un año, un año intenso de aprendizajes, de risas y de besos. Pero son pocos los que caen en la cuenta de que mi nuevo yo también cumple un año: un año intenso de aprendizaje, de risas, de besos y de dolor invisible.
Mi cicatriz física exterior parece curada. La mitad está en un estado bastante aceptable, apenas se nota; la otra mitad está levantada y cuando la toco me cuesta comprender que estoy tocando una parte de mí que ya nunca se irá. “Se te ha quedado muy bien”, es el comentario que más me dicen; imagino que porque es lo que hay que decirle a una mujer a la que le nace el hijo por cesárea. Pero yo la veo y la toco cada día y conozco cada una de sus imperfecciones que son, en realidad, las mías. La extrañeza de lo propio.
El invierno ha sido clemente conmigo. El frío me ha hecho inaccesible y llevadera la herida. Pero el calor ha llegado a mi cuerpo en forma de torrente de realidad, recordándome que hay una parte de mí que ya no es mía, con una sensibilidad diferente a la del resto del cuerpo y proclive a acumular el sudor y hacérmelo pasar bien mal en forma de picores salidos del averno. Una llamada de atención para que no se me olvide que ya no soy la que era.
Mi cicatriz física interior va más lenta. Aún tengo que esperar otro año para poder intentar volverme a quedarme embarazada si no quiero que al crecer mi útero para albergar el milagro de la vida crezcan mis probabilidades de que los puntos internos se deshagan. Dos años pueden parecer poco tiempo, pero son oro para alguien que vive obsesionada con el paso del tiempo y con que no quiere que sus hijos tengan padres viejos. Quedarse huérfana de padre en la frontera de los 30 con tantas cosas por vivir y compartir la marcan a una que ya es exagerada de por sí.
Lo físico está ahí imponiéndose a nuestra voluntad, con sus ritmos y sus necesidades, recordándonos lo perentorio de la vida. Pero también cumplen un año las heridas invisibles, las que una no sabe bien cómo medir si han cicatrizado o no, las que pesan como una losa, las que nos hacen llorar bajo la ducha si conseguimos darnos una ducha en condiciones (cosa que ya saben todas las madres es bastante complicada).
Recuerdo aquel diálogo a menudo. “Pues yo la verdad es que me encuentro muy bien”, le dije a la matrona en la visita puerperal. Y no mentía. Me sentía una especie de diosa todopoderosa ¡que daba leche! y conseguía hacer feliz a mi criatura solo con existir. Me sentía colmada, plena, fuerte, en plena forma, me daban igual las noches sin dormir y hasta conseguí escribir de mi parto con optimismo porque pensaba que si así había tenido que ser así estaba bien. Miraba a mi pequeño y lo veía el ser más perfecto del mundo ¡y lo había hecho yo! ¿Cómo no iba a sentirme una diosa si le había dado vida a un ser? “Eso, es normal, tienes un subidón de hormonas”, me dijo la matrona que en el fondo me estaba diciendo “no te confíes, chavala, que lo peor está por venir”.
He recordado aquella escena y aquellos sentimientos cada vez que una mujer de mi entorno ha sido madre por un parto vaginal y yo me he sentido menos mujer y menos madre. He recordado aquella escena todas las veces que me he sentido culpable (que son muchas) porque Juan se había resfriado, porque era alérgico al huevo o por cualquier otra cosa relacionada con la salud. He recordado aquella escena todas las veces que me he quedado sin fuerzas para aguantar una noche más en vela, todas las veces que me he sentido frágil y vulnerable, todas las veces que me he sentido sola; no en vano, he vivido el puerperio en bastante soledad, bastante encerrada en mí misma y prácticamente sin red de apoyo que me sostuviera.
Y todas esas heridas invisibles y dolorosas también cumplen un año. A menudo pienso que debo escribir sobre ellas para sanarlas, para que dejen de supurar; pero nunca encuentro el momento de sentarme a reconocerme a mí misma que a veces siento que he fracasado como madre por no haber sido capaz de parir. Sí, ya escucho las voces a mi alrededor enfurecidas: “no se es menos madre por eso”. Y yo no digo que se sea menos madre por eso, digo que yo me siento así. El ni siquiera poder verbalizar eso sin que las madres que han parido por cesárea se defiendan como si las estuvieras atacando a ellas y sin que el resto de la gente se vea en la urgente necesidad de demostrarte que no llevas razón también es muy doloroso. Yo quiero llorar la pena de mi no parto para poder avanzar, para liberarme de la carga, para aprender de todo esto.
Esta sociedad está obsesionada con tapar el dolor, pero expresarlo es fundamental para poder vivir el duelo de forma saludable y que no se enquiste. Debería escribir de cómo el sistema sanitario nos abandona a nuestra suerte una vez que hemos parido y pasamos de estar hipercontroladas médicamente a no tener ni una mínima supervisión que garantice que no nos estamos sumiendo en una depresión postparto. Debería hablar del terror que me produce pensar que a lo mejor mi cesárea era una de esas que no tienen justificación médica y que no luché lo suficiente; pero a la vez me aterra pensar que si era necesaria y me hubiera opuesto quizás estaría contando otra historia y todo esto no (me) pasaría si la violencia obstétrica no fuera tan brutal.
Necesito escribir de tantas cosas, no solo por mí, sino por todas aquellas mujeres que también se sienten solas en el puerperio, que en algún momento también creen que se van a romper de un dolor incomprensible e invisible, que también se sintieron diosas todopoderosas un día para al día siguiente sentirse la peor de las madres; pero me cuesta encontrar las palabras justas que describan esta experiencia tan animal que es la maternidad. Espero haberlo conseguido hoy aunque sea un poquito. Al menos he llorado algunas lágrimas prisioneras y ya me siento más ligera de equipaje. Mis heridas cumplen un año, pero mi coraje para levantarme cada día y disfrutar al máximo también.
Gracias por tu texto. Me identifico mucho con lo que compartes. Un abrazo
Encuentro tu blog a través de una compañera de El Parto es Nuestro. Soy madre de un peque de casi 4 años, nacido de parto natural (no sólo vaginal, sino sin vía, sin intervenciones, sin puntos)… No me siento más madre que nadie, sólo me siento más afortunada por haber podido vivir el parto que deseaba. También soy médico, y he trabajado los últimos años como pediatra, he acompañado en el puerperio a muchas madres de cesárea con tus mismas dudas, con tus mismos dolores, ¡qué necesario expresarlos, qué necesario ponerles nombre! En su nombre y en el mío quiero agradecerte este artículo y este «desnudarte» en público. Sé que no es fácil. Te abrazo de corazón, y deseo que, física y virtualmente, encuentres hombros en los que llorar tu pena cada vez que los necesites, hasta que la pena sea cada vez menos, hasta que el dolor sea soportable. Aquí te presto el mío, por si te sirve.
Gracias por expresar en palabras, las sombras que llevamos dentro y ahogamos sin darnos cuenta.💖
Ese trauma que tú sientes por tu no-parto vaginal es el mismo que siento yo por mis desastrosas lactancias. La diferencia es que nadie piensa que tú tuviste una cesárea porque no te esforzaste lo suficiente
Aprovecho para visibilizar la necesidad de grupos de apoyo a la maternidad en el puerperio, porque la vulnerabilidad con la que se encuentran tras el parto está totalmente desprotegida por el sistema de salud e invisibilizada.
Me gustaría iniciar una tribu feminista de apoyo y contacto físico y emocional.
Gracias por tu artículo!
Gracias por tus palabras.. mi bebe tiene ya 4 meses igual que tú quería un parto natural sin inyección sin nada eso si no hice yoga ya que pensé que mi cuerpo estaba preparado para dar vida. El día de mi última consulta con mi ginecólogo semana 39 decide sin siquiera preguntarme realizar la maniobra de desprendimiento de membranas. Ya a la tarde comienzo a sentir malestar y ya a la noche dolor acompañado de la liberación de líquido con un poco de sangre por lo que fui a urgencias y me dijeron que estaba rota mi membrana y tenían que hospitalizarme. Los dolores que sentía eran tan grandes que hasta la matrona me tomaba la mano para poder aguantar tenía contracciones de un minuto cada un minuto y así estuve seis horas.. no lloré del dolor hasta que vi a mi pareja y le dije ya no puedo más esto me supera y sentí que el mundo se me vino abajo por mi cobardía que así lo siento hasta el día de hoy de no poder aguantar y seguir por mi bebé para que naciera como debía ser.. no puedo negar que cuando estaba en pabellón y me colocaron la epidural sentí alivio un gran alivio ya que el dolor se había ido pero estaba aún la culpa la vergüenza de haber gritado a todo pulmón que quería a mi bebé en parto normal y yo misma haber gritado que quería cesárea.. mis heridas aún no cumplen un año pero se que este dolor y esta culpa la sentiré siempre aunque como dices tú nadie desmerece una cesárea pero a mi si me avergüenza la mía porque mi bebé estaba bien, era yo la que no estaba bien, la que no se las pudo la que prefiero terminar con el dolor por eso me siento y siempre me sentiré cobarde ante la vida pero de igual forma sé que el tiempo me ayudará a sanar