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Fucsia Groan
Durante la celebración de unas jornadas a las que asistí hace varias semanas, alguien hablaba de la necesidad de de “conectar lo emocional con lo político” y si esto está encima de la mesa es gracias al feminismo, que además nos da herramientas para realizar esa tarea de conexión. Hasta hace bien poco “emocional” era un adjetivo calificativo peyorativo, lo emocional era (¿y es?) lo opuesto a lo racional, que ya sabemos que es el centro de todas las virtudes en el occidente ilustrado. También el feminismo nos ha enseñado que lo emocional se ha desvalorizado, al igual que lo han sido las mujeres, consideradas la representación y las cuidadoras de esta esfera, veneradas y despreciadas por ello al mismo tiempo en una sociedad patriarcal.
Diferentes disciplinas nos señalan desde hace tiempo que esta división de los roles de género y de la razón y la emoción es cultural e ilusoria, al igual que lo es la disociación cuerpo-mente, como también lo es esa línea aparentemente infranqueable que nos separa de los animales no humanos. Nos consideramos seres superiores debido a nuestra racionalidad y nuestra primacía de la mente sobre el cuerpo, pero en esta jerarquía ya sabemos que unos son más superiores que otras: la definición de humano en realidad es androcéntrica y colonial, y pone lo masculino occidental por encima de lo demás. Los que mejor han representado este papel de racionalidad incorruptible a lo largo de nuestra historia patriarcal han sido los hombres, por supuesto, estando las mujeres un escalón por debajo en estas cuestiones de la mente superior y la civilización, situándonos más cerca de esos seres irracionales que son los animales.
Sin embargo, el feminismo en los últimos tiempos nos señala que todos somos cuerpos vulnerables, que la emoción no es solo inevitable, sino también una parte valiosa de la existencia, que el cuidarnos unas a otras como cuerpos, en lo emocional y en lo relacional, es imprescindible para la continuidad de la vida y que esta merezca la pena, y que los cálculos racionales que parecían los únicos razonables en realidad nos están abocando a una catástrofe inminente.
El feminismo está poniendo en valor las características que culturalmente se han ligado a lo “femenino” y las tareas despreciadas a las que se han dedicado la mayor parte de las mujeres a lo largo de la historia, y nos dice que un mundo realmente igualitario y no patriarcal tiene que darle a todo esto la importancia que merece. El feminismo critica la construcción de la masculinidad en oposición a lo femenino, desvinculada de las emociones, desconectada y negadora de su propia vulnerabilidad, necesitada de la dominación de los otros, de los “débiles”, para continuar con su fantasía de poder.
Los animales parecen la última frontera dentro de todos estos cuestionamientos. Pese a que en diferentes disciplinas de conocimiento, comenzando desde la teoría darwinista, se ha insistido en la existencia de la continuidad entre los animales no humanos y humanos, y pese a que todas las teorías cristalizadas en la ilustración sobre lo que nos hace humanos están más que desmontadas por todos los datos científicos de los que disponemos (y por cualquier observación atenta y desprejuiciada, pero ya sabemos quién manda aquí), continuamos definiéndonos como especie en oposición a los animales y justificando todo tipo de explotación por su supuesta inferioridad en el plano racional.
¿De verdad no os recuerda esto a algo ya vivido? Como mujeres sabemos lo que es ser reducidas a un cuerpo y definidas a través del interés que este tiene para otros. Como mujeres sabemos qué es que nuestros intereses, nuestras emociones, nuestros sufrimientos y placeres hayan sido supeditados a los de otros teóricamente superiores en la jerarquía evolutiva. Como mujeres sabemos qué es que se nos defina como seres irracionales cuya voz no tiene que ser escuchada. Como feministas sabemos que no se puede construir un mundo justo cimentándolo sobre la opresión y el sufrimiento de los otros.
Y sin embargo, incluso las mismas voces que ponen en cuestión el orden patriarcal, nos recuerdan que somos demasiado emocionales por preocuparnos por los animales. Se desprecia la compasión calificándola de infantil, como si eso fuera negativo. Se nos dice que tenemos que dejar de lado el dolor que nos produce saber que se separa a las crías de sus madres para enviarlas a morir nada más nacer, que se tritura a los pajarillos según salen del huevo, que se industrializa la matanza prematura de miles por segundo, que se cría a millones con el único fin de morir aterrorizados para nosotros, que se les priva hasta de la luz del sol, y, que cuando esta se les permite, es solo a cambio de que se ganen esa pequeña porción de vida digna robándoles su cuerpo para hacer con él lo que nos plazca. Que tenemos que ser lógicas y preocuparnos solo por lo nuestro, que es lo único racional, que tenemos que dejar los sentimientos (femeninos, infantiles) a un lado.
Los ecologistas nos hablan de los animales como si únicamente fuesen piezas funcionales dentro del engranaje de los ecosistemas a nuestro servicio. Los científicos nos dicen que está bien institucionalizar la tortura hasta la muerte si con ello conseguimos un beneficio humano ocasional, que no podemos ser tan sentimentales. Algunas feministas nos hablan de qué hacer con y en los cuerpos, de que somos cuerpo, de quién pone el cuerpo, mientras continúan desconectadas de que ellas mismas consumen cuerpos ajenos, cuerpos que han pasado miserias inimaginables para llegar a su plato.
En esta suerte de meritocracia en que vivimos, parece que los más vulnerables en la jerarquía de poder, aquellos tan desposeídos que no son dueños ni de sus cuerpos, a pesar de que se sabe a ciencia cierta de que sienten como nosotras, no reúnen el curriculum suficiente como para importar, para ser tenidos en cuenta dentro esas cadenas de cuidados que estamos reivindicando para todos.
Como feminista, creo que están equivocados quienes nos dicen que tenemos que silenciar nuestras emociones y que no tenemos que atender a las emociones de los animales para juzgar cómo hay que tratarlos y considerarlos. Es difícil ver documentación sobre las condiciones de explotación en que viven y mueren los animales sin sentir que algo terriblemente malo ocurre ahí. Y mucha gente disfruta de imágenes de animales divirtiéndose, disfrutando y relacionándose entre ellos. Es relativamente fácil empatizar con situaciones de alegría o sufrimiento para los animales cuando las presenciamos directamente (siempre que podamos descodificar correctamente sus códigos comunicacionales, lo que a veces exige un aprendizaje previo), y sin embargo la sociedad en que vivimos está sostenida por industrias enteras que ejercen una violencia brutal sobre sus cuerpos y vidas.
Nuestras emociones, que no se pueden desligar de la razón, nos están dando una guía, y tenemos que conectarlas con lo político para dar una respuesta coherente con lo que defendemos para nosotras. En mi cabeza el antiespecismo está profundamente ligado a otras cuestiones sociales en relación con los derechos humanos y la dignidad de las personas.Tiene que ver con cómo te sitúas frente al poder cuando eres tú el que te encuentras en la posición privilegiada. Con cómo te acercas al diferente, al que no puedes entender y encasillar con un simple vistazo. Con la meritocracia y el cuestionamiento de que las dignidades fundamentales se asocien al lugar que ocupas en la cadena de productividad y en tu capacidad para dar beneficios. Con cómo miras a la vulnerabillidad, a la diferencia, al que no te puede devolver el favor. Con la capacidad de observación, de escucha, de respeto, de reconocer la dignidad de los que no se mueven como tú en el mundo y de cuestionarte el sistema establecido y normalizado aunque sea doloroso.
Como feminista también creo que es injusto que se deposite únicamente en las mujeres la obligación de cuidar como un mandato de género. Para mí, un mundo justo, un mundo que merece la pena ser vivido, es aquel en el que hay un lugar digno para los más vulnerables aunque no puedan (aunque no deban) darnos nada a cambio. Y un mundo verdaderamente igualitario es aquel en el que los cuidados, la preocupación, acerca de esta dignidad para los más frágiles, los que tienen menos poder, es compartida de manera colectiva por hombres y mujeres.
Así que, para mí, es imperativo que todos crucemos esta última frontera de consideración hacia nuestros compañeros de planeta si queremos vivir en un mundo feminista.
Me ha encantado el artículo. Está bien escrito, narrado y es muy claro. Explica varias cosas interesantes pero sobre todo me ha hecho replantearme el trato que hago a los animales no humanos al consumir algunos de sus productos mientras revindico igualdad.