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Ariadna Félix./@ariadnaseydoux
La pregunta que vengo a abordar en estas páginas viene de la mano de la gran filósofa y política feminista Clara Serra (2018) con la intención de dar respuesta a algo que aspiramos las feministas desde el momento en que se nos fue arrebatado: cómo podemos tomar el poder, pero, sobre todo, cómo podemos tomarlo y salir ganando, convirtiéndonos en algo hegemónico y atractivo para una sociedad que, hasta hace poco, nos tenía excluidas de la esfera política y el debate público.
Llegados a este punto, hay quien podría decirnos que, en última instancia, el feminismo no debe tomar el poder, sino acabar con él. Es el caso de algunos movimientos políticos que han vinculado la emancipación, no a la idea de una disputa de la hegemonía y de las instituciones políticas, sino a la de construcción de una sociedad diferente, alternativa y alejada de los núcleos de poder. El anarquismo, el zapatismo o las comunas hippies son ejemplos de actores políticos que han construido un imaginario bajo el cual es posible combatir el poder desde fuera, haciendo hincapié en mantenerse alejados del sistema de partidos, las instituciones políticas o el Estado (Serra, 2018: 21).
El feminismo tampoco ha sido ajeno a estos planteamientos: en los años noventa, en los que el debate entre el feminismo de la igualdad y el feminismo de la diferencia estaba presente, feministas de esta última corriente decidieron optar por construir un mundo exclusivo de mujeres (un “oasis” femenino) con sus propias reglas y, lo que es más importante, alejado del patriarcado. Renunciaron a disputar el poder en un mundo dominado por hombres. Tal y como declaraba la feminista Luisa Muraro, la exclusión de las mujeres del poder, pese a ser un efecto del patriarcado, podía ser un elemento positivo que usar a nuestro favor: ya que se nos había cerrado la puerta (y no precisamente de la forma más educada) a su mundo, tendríamos la oportunidad de descontaminarnos de sus reglas, sus formas de hacer totalmente patriarcales y construir un mundo totalmente nuestro desde una panorámica feminista (Serra, 2018:22).
Sin embargo, parece ser que si nuestra más humilde intención es huir del poder (ni tan solo conquistarlo), ello resulta imposible: no podemos escapar del poder, porque no hay un afuera del poder (Foucault, 2012). No hay un solo resquicio que haya quedado salvaguardado de este. En palabras Foucault, citadas por la propia autora, está claro que
Si el poder viniera de fuera, es dentro donde quizás podríamos permanecer incontaminados. Sin embargo, es ingenuo que pensar que podamos protegernos del poder poniéndonos un impermeable, porque siempre nos ha calado hasta los huesos. (Serra, 2018 :23).
El poder, por tanto, no puede estar más fuera que dentro, ya que este nos construye, nos moldea y del mismo modo hace con nuestras pasiones, nuestros deseos… Nos hace como sujetos. De hecho, es imposible, tal y como explica Ernesto Laclau, pensar en políticas emancipadoras sin ser conscientes que esas relaciones de poder no son erradicables: no podemos acabar con el mismo poder que nos ha configurado como sujetos, y es por ello que siempre debemos partir de transformar lo real.
Llegados a este punto, podríamos desechar cualquier pensamiento de contrarrestar el patriarcado y caer en un pesimismo absoluto, sin embargo, está claro que, si así fuese, no podríamos ni tan siquiera plantearnos una política emancipadora. De lo que se trata es de reconocer que el poder no está cohesionado, que no es racional en toda su estructura: el poder también produce fallas y es en esas pequeñas brechas donde pensar políticas transformadoras. El poder, como explica Judith Butler, no nos construye de una vez por todas como en una cadena de montaje, nos hace en el tiempo y repetidamente, motivo por el cual jamás somos construidos de la misma manera (no somos “idénticos” los unos a los otros).
Todo sujeto está siempre en proceso de producción, y es un sujeto inacabado. Esta idea por la cual el poder tiene que repetirse e incidir múltiples veces y de múltiples maneras para “performar” el sujeto y por la cual se expone a fracasar, a no hacer los sujetos de la misma manera y, como consecuencia, producir efectos contradictorios a sí mismo, se le denomina “iterabilidad” (Serra, 2018: 39).
El poder puede, por tanto, producir efectos adversos a sí mismo, y en el caso de la heteronormatividad (y el patriarcado) eso también es posible. Si el patriarcado fuese un ente totalmente indestructible y racional en todas sus acciones, ¿cómo es posible encontrar sujetos que desafían a esas normas desde el colectivo LGTBI (gais, lesbianas, hombres y mujeres trans…) o, por ejemplo, hombres que pueden poner en duda las normas imperantes de la masculinidad (la llamada “pluma”, por ejemplo)? Y si queremos ir más lejos, ¿cómo es posible que Zara, una empresa liderada por un hombre y que es sabido por todas que no trata demasiado bien a sus trabajadoras, decida hacer camisetas con logos claramente feministas? Y lo que es más importante… ¿qué efectos puede tener esto para el propio patriarcado?
Analizado el poder, a las feministas no nos queda otra opción que jugar bien nuestras cartas. Y uno de los primeros ámbitos a abordar desde el feminismo es el deseo, ya que, como seres inacabados, deseamos. De la misma manera que la política debe ser consciente que debe ofrecer al deseo alternativas para poder cambiar la sociedad, el feminismo ha de actuar en consecuencia: no es posible “transformar” (que no abolir) la masculinidad (o la feminidad más arcaica) si a esta no le ofrecemos otras alternativas posibles. Podemos, por tanto, hackear la masculinidad (Serra, 2018: 46). No basta tampoco con decirles a las mujeres lo que tienen que hacer o dejar de hacer o desear para ser totalmente feministas, tal y como explica la autora. Toda política transformadora que se aprecie a querer ser emancipadora tiene que cubrir esa falta que deja el poder en los sujetos inacabados, porque “toda identidad siempre se construye hacia adelante y nunca hacia atrás” (Serra, 2018: 44).
Es Por ello, que el feminismo no puede prescindir de las mujeres que desean prácticas sexuales distintas al resto y que pueden, incluso, tener cierto sesgo patriarcal (véase, por ejemplo, el BDSM), que ejercen la prostitución, que se maquillan, que se ponen minifalda y escote, que deciden ser amas de casa o que disfrutan bailando reggaetón. El feminismo debe recoger esos deseos y conseguir que, en última instancia, esas mujeres puedan sentirse representadas dentro del feminismo y no atacadas por no seguir unas normas feministas preestablecidas. A eso se le llama conseguir ser hegemónico.
Qué ganamos
Yendo más al grano: ¿cómo debemos pensar las feministas políticamente para ganar? De la autora me gustaría quedarme con la necesidad de pensar el feminismo en clave estratégica: debemos dejar a un lado esencialismos o reglas morales para poder pensar cuáles son los medios necesarios para alcanzar un fin concreto que, en el caso de las feministas, debe ser la “igualdad” o, siendo más concretas, el poder dejar de ser feministas (Serra, 2018: 65). ¿Esto qué significa exactamente? Que, en muchas ocasiones, si queremos llegar a ser un movimiento hegemónico o ganador, debemos ser conscientes que muchas veces es necesario pensar acciones estratégicamente efectivas, seductoras, y no enquistarnos en modos de hacer que nos sepulten en identidades constreñidoras, porque no venimos con un manual ni una Biblia sobre cómo debemos hacer feminismo.
En palabras de la propia autora: «El feminismo tiene que poder hacer uso de todas las herramientas y los medios de los que dispone la política, tiene que poder ser estratégico, tiene que poder atreverse a hacer movimientos tácticos, tiene que poder pensar sus prácticas o incluso sus sujetos políticos en forma instrumental». (Serra, 2018: 146).
¿Eso significa olvidarnos de nuestros objetivos? Claro que no. Pensar únicamente en clave estratégica no nos llevaría a ningún lugar y solo nos haría dar palos de ciego. Pero lo que debemos tener claro las feministas es que, para poder llegar a más gente, es absolutamente imprescindible llegar a ser un movimiento inclusivo, uno que llegue a todas las mujeres: desde las que disfrutan bailando las canciones de Maluma hasta las que deciden maquillarse; las putas, las malfolladas (Despentes, 2018) o las amas de casa; las más intelectuales o las que disfrutan leyendo Cincuenta sombras de Grey.
Un feminismo de todas y para todas, y quien dice de todas también dice para todos. No se trata solo de pensar en clave estratégica los medios, sino también los sujetos. A veces necesitaremos de la implicación de los hombres en el feminismo para conseguir que nuestras demandas sean efectivas y a la vez escuchadas.
Pensemos, por ejemplo, en un partido político y en el problema que supone que los espacios de poder y visibilidad estén automáticamente copados por hombres. […] ¿Deben ser las mujeres las que critiquen la ausencia de mujeres en un acto? […] ¿Deben ser las feministas las que inviten a los compañeros varones a rechazar su participación en actos que no sean paritarios y las que denuncien el incumplimiento de los acuerdos? Por mi experiencia como responsable de Igualdad en un partido como Podemos, respondería que claramente que no. […]
Muchas veces, justamente para conservar la autoridad de las mujeres deben ser los hombres los que refuercen algunas reglas de comportamiento, ya que en determinadas ocasiones es mucho más eficaz que sean los hombres, y más aún aquellos que ostentan puestos de responsabilidad, los que defiendan, transmitan y expliquen el sentido de prohibiciones que deben cumplir los propios hombres para asegurar la presencia paritaria de mujeres. (Serra, 2018: 78).
No podemos permitirnos tampoco renunciar a dos elementos que son claves en la política: la seducción y la coacción. Tal y como explica la autora, haciendo uso de las palabras de Maquiavelo, las feministas debemos ser astutas como la zorra y fieras como el león. Tenemos que saber imponer, coaccionar, pero sin llegar a ser un movimiento atractivo y políticamente sexy que nada sirve. Como bien decía el filósofo italiano Antonio Gramsci, no se es más poderoso cuando se consigue hacer cumplir a través de la coacción, sino cuando no se necesita el uso de la fuerza porque cuenta con el consentimiento de aquellos sobre los que ejerce poder, es decir, cuando se tiene hegemonía. Utilizar estas dos herramientas no va a ser sencillo, ya que el uso e inclusive el acceso a ellas por parte de las mujeres se encuentra estigmatizado, pero es nuestra tarea desmontar los prejuicios entornos a ellas.
Muchas de estas propuestas muy seguramente puedan parecer contradictorias, y puedan llegar a causar rechazo entre aquellos que piensan que todo esto al final solo implica ser cómplice del poder y acabar dando legitimidad a las herramientas del amo… Pero como bien se ha explicado anteriormente, pensar cualquier acción política como una huida del poder, un oasis alejado de este, no es, a la larga, efectivo. No podemos limitarnos a usar medios, herramientas y altavoces solamente nuestros, porque de esta manera no conseguiremos llegar a esa parte de la ciudadanía que, por el contexto o la situación, le es imposible acceder a nuestros espacios.
De esa manera, en realidad solo conseguimos ser un movimiento minoritario de unas pocas y altamente restringido por cuestiones de clase, raza o estatus… Ser un movimiento cool, sexy y ganador o, si queremos decirlo de otra manera, hegemónico, pasa por ser capaces de utilizar no solo las herramientas del amo, sino también de exponernos a debate, crítica y a tener que constantemente repensar nuestras acciones, estrategias y abandonar principios moralizantes…Significa atrevernos a ser leonas y zorras implacables y pensar en un futuro en el que ser feminista ya no sea necesario. Puede parecer abrumador… pero nadie dijo que nos los fuesen a poner fácil.
Para saber más
- Despentes, Virginie (2018): Teoría King Kong. Barcelona: Literatura Random House.
- Foucault, Michel (2012): Un diálogo sobre el poder y otras conversaciones. Madrid: Alianza Editorial.
- Maquiavelo, Nicolás (2010): El príncipe. Madrid: Alianza Editorial.
- Serra, Clara (2018): Leonas y zorras. Estrategias políticas feministas. Madrid: Catarata.
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