[Reflexiones en período electoral]
Ya hemos pasado el ecuador de la campaña y de los programas sé poco, pero el empacho que tengo de banderas y de discursos que intentan fidelizar adeptos a base de simpatías identitarias no tiene parangón.
Llevaba tiempo pensando en qué momento pasó la selección española de fútbol a ser conocida como “La Roja”. En mi cabeza ha resonado siempre extraño algo que durante muchísimo tiempo había sido motivo de criminalización social: “ser roja”, pasara a ser leit motiv del equipo bajo el eslogan “Todos con la Roja”. En realidad si yo escucho eso me imagino una manifestación de gente que sigue a una Dolores Ibárruri que ondea orgullosa la bandera republicana.
También pensaba que las rojas eran las anarquistas y comunistas que se merecían ser violadas según Queipo de Llano, las “27 rosas de Fuentes de Andalucía” y todas las que bajo el estigma de ser rojas padecieron vejaciones, humillaciones y pobreza durante la represión franquista. Pero resulta que lo del equipo de fútbol no tiene nada que ver con esto. Según explica el historiador del fútbol, Miguel Ángel Mateo, es habitual nombrar a los equipos por los colores de sus camisetas y, en la actualidad, carece de connotaciones políticas.
Como anécdota histórica, sí que es cierto que tras triunfar el frente nacional (golpista) en la Guerra Civil, el equipaje principal de la selección española de fútbol pasó a ser azul, hasta que en 1947 volvió a ser rojo.
Total, que yo tenía ya la mosca detrás de la oreja con esto de vaciar de contenido ciertos símbolos históricos, y entonces llegó el periodo electoral. Y con él comenzaron a aparecer en los discursos de la derecha apuntes directos y sibilinos hacia la(s) cultura popular(es). He escuchado desde cosas como “vamos a recuperar las plazas” en una clara alusión oportunista al 15M, hasta “me gusta Camela”, pasando por un “me siento orgulloso de ser un poco del campo de Murcia”.
Disculpen, pero no. En general, quienes se posicionan políticamente a la derecha, no han necesitado ocupar las plazas, los patios, las cocinas, ni otros lugares para reunirse y pensar en común, porque siempre han dispuesto de salones y sociedades privadas donde negociar cómodamente. Tampoco podrán decir que Camela haya amenizado banquetes y festejos en familias de bien, ni que se hayan pasado muchas horas de sus vidas trabajando la tierra.
Evidentemente no pueden decir “queremos hacer política para preservar los privilegios de los que venimos disfrutando hasta ahora”. Pasa que buscan recoger votos activando canales de empatía hacia la gente: si yo me identifico con esto y tú también, pues vótame. De nuevo, disculpen, pero no. No pueden apropiarse tan burdamente de cualquier simbología que les apetezca, malversarla (aunque es cierto que de esto saben mucho) y maquillar con ella esa “españolidad de todo a cien” que venden a su paso.
Y es “de todo a cien” porque contiene todos los símbolos de los souvenires, sin faltar uno. Algo parecido a la imagen que se vende en FITUR. Al igual que pasa con los souvenires es una caricatura, es otro vaciado de contenido, porque ninguna identidad es tan simple ni tan plana. Los gustos populares en costumbres y en la música son espacios en común, puntos de encuentro entre la gente, eso está claro, pero no por eso tenemos que estar de acuerdo en los valores y principios que queremos que articulen una sociedad. Me gustaría decirles: «Me encanta que te guste el campo, a mí también, pero ¿qué tal tus políticas migratorias?».
La propuesta que se plantea bajo este show de conexión sensible con los corazoncitos de la audiencia es en realidad una cuyos valores se sustentan en el discurso del miedo (a la otredad, al extranjero) y en el odio a quienes atentan contra esa españolidad que promueven. Tras las plazas, la música y el amor a lo rural, se esconden las versiones 3.0 de las costumbres españolas instauradas y consolidadas durante cuarenta años de dictadura, avaladas por ciertos sectores de la Iglesia Católica que aprovechan la coyuntura para re-consolidar el poder que nunca perdieron.
Esta cruzada quiere salvar a España de todas y todos aquellos que no sientan los valores de la familia heteronormativa patriarcal, el clasismo y el racismo como suyos y, además, deseen hacerlos extensibles al resto de la sociedad. Supuestamente hay otros que quieren romper esto y transformar España en otra cosa… ¿no deseable? Cómo no, todo esto se hace llevando como estandarte la bandera de España, aquella que se hizo famosa por los balcones.
Quienes enarbolan la bandera y se nombran patriotas manejan discursos abiertamente homófobos, tránsfobos, racistas y neoliberales, también son machistas y militaristas. ¿Realmente eso es España? ¿Es esa la españolidad? ¿Nos pasa inadvertida esta apropiación de símbolos populares y de discursos de la izquierda? ¿Acaso hay un ranking de españolidad que se mide en base a cuánto de derechas se sea? ¿Es justo que quienes tengamos pasaporte español y no nos identificamos con esto, nos veamos en la obligación de avergonzarnos de tenerlo, o peor aún, que bromeemos con el exilio voluntario?
Otra vez, disculpen, pero no. La bandera de España, como las banderas de todos los estados-nación, pretenden ser un paraguas que aglutina unos valores y ciertas idiosincrasias culturales. No persigo meterme ahora en la complejidad y lo profundo que sería filosóficamente averiguar en qué consiste “la identidad española”, ni mucho menos. Ni tampoco conflictuar entre bandera monárquica o republicana. Sea cual fuera, como símbolo que es una bandera, debemos elegir la ciudadanía de un estado lo que debe representar. Entonces será una bandera que respeta los derechos humanos y que promueve la justicia social, porque eso sí representa a gran parte de la sociedad española, y porque estos son valores dignos de defender y de difundir, alejados de discursos de odio.
Además, todas las personas que tenemos un pasaporte de España somos españolas por defecto, no es algo que tampoco tenga más vuelta de hoja. Ya después habrá una diversidad de identidades tan variada como complejo es el ser humano, y como compleja es la territorialidad en este Estado. Pero eso no tendría que ver con campañas electorales. En las campañas deberíamos escuchar hablar de medidas políticas concretas, nacionales e internacionales, para poder elegir votar aquellas que más nos interesen.
Por última vez, disculpen, pero no. España es así de plural y de diversa. Es feminista, marica, bollera, trans, andaluza, catalana, gallega, musulmana, católica, migranta, y un sin fin más de cosas que no cabría enumerar aquí.
Somos las que ocupamos las calles para decir NO a la Guerra de Irak, NO a las mentiras del 11M, ocupamos las plazas el 15M y seguimos tejiendo cada día redes para resistir a la precariedad, los conflictos medioambientales, las políticas migratorias asesinas, los desahucios, la corrupción, las agresiones machistas y la hipocresía de las instituciones. Y les guste o no, también somos España.
España no es como digan unos u otros, cada uno tiene la libertad de pensar como quiera. Afortunadamente todavía vivimos en democracia y ahora que vienen unas elecciones habrá que aceptar lo que vote la mayoría. A ver si es posible que se respeten todas las formas de pensar aunque no se compartan