Este texto está en la sección La Corrala, el patio de vecinas de La Poderío donde cada una charlotea, cascarrilla y pone colorá lo que sea mientras le da el fresquito o el sol en la cara. Más agustito que te quedas, oú. Eso sí, La Poderío no se hace responsable de lo que opinan las autoras y autores, solo apoya la participación de las lectoras como espacio de libre expresión. Puedes enviar tus artículos a ole@lapoderio.com. Otra cosa, antes de hacernos las propuestas pedimos que leas nuestro ideario.
Por Elisabeth Torres
El feminismo se cuela por todas partes. A mí, personalmente, cuando veo a todas esas mujeres bramando al cielo, cuando estoy en medio de la manifestación aullando con ellas, el feminismo se me posa en los hombros (que no en los hombres) y hace que un escalofrío me recorra todo el cuerpo. Una y otra vez. Ahora, por fin, todo tiene sentido. «Si nosotras paramos, se para el mundo». Ese fue el lema con el que acogimos nuestra primera huelga feminista el año pasado. Si nosotras berreamos, jodido [inserte aquí su blanco preferido], juzguen ustedes mismos.
Lo de hace un año fue sencillamente brutal. Y yo, que ni me adherí al 15M en mi fulgurante veintena, que ni asomé el flequillo por ninguna causa hasta ahora, me vi tirada en el suelo de mi casa coloreando y esbozando la mejor de mis caligrafías. Días antes no parábamos de enviarnos consignas vía Whatsapp para tener un buen repertorio entre en el que escoger. De hecho, ¿cuántos grupos de esta aplicación se habrán creado para organizarse, crear pancartas y quedar para ir a la manifestación? ¿Cuántos otros ya existentes habrán hervido durante días con frases, fotos e ideas? Y esa organización va a mejor: este año me incluyeron en uno con el objetivo de hacer una quedada masiva para comer todas juntas (t o d a s j u n t a s) en uno de los parques de la ciudad previa preparación para no consumir.
No hay que perder el carácter reivindicativo de la fecha, pero es que lo que está ocurriendo me está pareciendo precioso: mujeres de toda clase, edad y condición estamos organizándonos —y muy bien— para luchar por nuestros derechos. Y encima nos lo pasamos bien. Nos lo pasamos genial, de hecho. Hace un año, mientras me dirigía con mis amigas hacía el lugar de encuentro, otras hacían lo mismo con las suyas; y todas confluíamos hacia un mismo destino. Íbamos cargadas de pancartas, compartíamos diseño en las camisetas, nos pintábamos el símbolo feminista las unas a las otras, nos saludábamos y la batucada afilaba sus baquetas. Aquello parecía un torrente de energía que nos henchía el pecho y nos ponía una sonrisa.
Y lo mejor de todo: este movimiento es transversal y atraviesa cada uno de los rincones de la sociedad. Y se hablará mal de nosotras, pero se hablará, y eso es lo que queremos porque no nos vamos a callar más. Este movimiento es tan diagonal que hasta mi madre me preguntó este año si «nos íbamos de manifestación». Como quien va de romería o de feria; como quien está segura de que ese día le pertenece y requiere la mejor de las preparaciones. Porque… ¿qué ha quedado de ese Día Internacional de la Mujer en el que nos regalaban flores y bombones? Déjame ser clara: N A D A.
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