Las mujeres africanas están hartas. Hartas de ver como sus familiares, vecindad y amistades se van de sus países por culpa del expolio, la pobreza, la situación política, la falta de oportunidades y de la guerra. Con la mirada puesta en Europa y pasando por Andalucía, miles se juegan la vida en el mar a falta de vías seguras. Algunos lo consiguen. Otros, no se saben donde están.
Un 12 de febrero en Senegal, Aliou Mer le dijo a su familia que había llegado el momento de partir. Sentía que tenía que ayudarles. Sentía que también era hora de darle respuesta a sus inquietudes. Son muchas las familias africanas que se endeudan con ellas mismas, con las vecinas y con la comunidad para que quienes atraviesan desiertos andando, cruzan mares en patera o sorteen vallas de cuchillas afiladas sean lo mejor de sus casas y lo último en Europa.
Oumy, la hermana de Aliou, recuerda ese momento como si fuese hace un rato. Se despidió de él con un hasta pronto y, desde entonces, no lo ha vuelto a ver, ni a saber nada. Hablaba a menudo con su familia, pero la última información es que estaba en Mauritania y que subiría a un barco. Alguien le dijo una vez que su hermano había muerto, pero ni rastro de él, por lo que Aliou sigue siendo uno de los miles de desaparecidos. “Todo ha cambiado desde entonces. Con esa noticia me pasé tres meses llorando. Hoy, es la primera vez que me siento con fuerzas para contarlo sin derramar lágrimas”, reconoce esta hermana coraje.
En esa fecha, todo el mundo hablaba de “la crisis de los cayucos”. Cerca de 40 mil personas llegaron hasta las Islas Canarias en grandes barcas de madera. Quizás, Aliou estaba en una de ellas. Cuando Oumy habla de su hermano, se refiere al Estrecho. Desconocen la dimensión del mapa, los puntos geográficos y los mares y océanos que separan a África de Europa. Cuando desapareció su hermano no existían las redes o aplicaciones móviles para enviar o encontrar ubicaciones.
El periplo migratorio va en paralelo entre las personas en tránsito y las familias que se aferran a la esperanza. A veces, los primeros mueren en el intento y quienes se quedan esperando, agonizan en la impotencia de la incertidumbre. «Cuesta mucho salir adelante cuando pierdes a un familiar. Porque está perdido. No puedes dar por hecho qué ha pasado o no. La situación es de desesperación, de desesperanza total”, aclara Oumy mientras recuerda las noches de insomnio y de la boca del estómago cerrada.
Pero, ¿si no buscan ellas a sus desaparecidos quién lo hará?. “Uno de los problemas es que en Senegal no tenemos medios para hacer búsqueda, ni siquiera sabíamos que lo primero que hay que hacer es poner una denuncia. Por eso, nuestro proceso empieza ahora”, explica. Y es que tras reunirse en México con la Caravana de Madres Migrantes Centroamericanas que buscan a sus hijos e hijas desaparecidas, Oumy ha vuelto a tomar el aliento que ha ido perdiendo para seguir la pista que nunca tuvo de su hermano. “Ahora, voy a volver a Senegal y si hay que empezar de nuevo, empezamos”, afirma con fuerza.
Pero la fuerza de Oumy reside no solo en el objetivo de encontrar a su hermano, sino en evitar que haya más pérdidas. Son muchas madres las que principalmente buscan a sus hijos en África. En Dakar, esta senegalesa junto a más mujeres tratan de explicar a los jóvenes los riesgos de la migración en circunstancias donde no hay vías seguras, es decir, sin los visados que deniegan los gobiernos de países de destino como España y otros de Europa, por el simple hecho de ser una persona africana que no tiene los recursos mínimos, inalcanzables, para la mayoría de la ciudadanía del mundo.
Nuevas oportunidades
De este modo, su colectivo de Madres contra la Emigración Clandestina, organización fundada en 2007, se encarga de que ningún niño y niña se quede sin ir al colegio. Para las mujeres y madres que dependían también económicamente de la personas que han migrado, imparte unos talleres y cursos de maquillaje y cocina, entre otros. Incluso, gracias a este colectivo, las mujeres pueden trabajar recogiendo cereales o haciendo jabones artesanales, entre otras tareas. “Es muy difícil para las mujeres que se quedan. Muchas se ven obligadas a volver a casarse, para que un hombre les ayude a sacar la familia adelante. Pero, ¿qué ocurre si un día el marido que te ayuda se va? A través de nuestro colectivo ayudamos a las mujeres que quieren para que puedan ser independientes y autónomas”, apunta Oumy.
El tránsito de mujeres que también se juegan la vida en balsa de plástico a través de la Frontera Sur española ha aumentado en los últimos años. Sin embargo, siguen siendo mayoría los varones. Según, el último informe de Frontera Sur de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, las mujeres que llegaron a nuestro país en 2017 por mar en patera son 1634, principalmente de la África Subsahariana. Ante estos datos, Oumy, tiene muy claras las razones. “Migrar es muy difícil. Las mujeres no migran sin sus hijos y en el caso de España no les facilita los visados para que puedan viajar. Esta es la única manera para una madre. Así también puede volver cuando quiera. ¿Qué madre monta a su hijo en una patera? La desesperación hace que nos juguemos la vida de lo que más queremos”.
Cuando a Oumy le preguntas si “las fronteras matan”. No lo piensa. Un sí rotundo hace eco en el silencio. “Las fronteras matan. Todo el mundo tiene derecho a salir y a entrar y me pregunto por qué se prohíbe. Por qué Europa prohíbe que la gente entre aquí, sabiendo las condiciones en las que vivimos en África. Esa decisión, es la que está matando a la gente”. Una decisión que solo se mueve de oficinas en oficinas y se queda en papel mojado. Todas las políticas sobre migración y extranjería que salen del Parlamento andaluz, del Congreso de los Diputados, de la Unión Europa o incluso de las Naciones Unidas, hasta el momento no se han enfocado en la práctica en la defensa de las personas en tránsito. Hasta ahora, Europa se ha convertido en una fortaleza construida por muros y vallas, donde la mar ha sido la única opción para más de 50 mil personas en 2018.
Ahora, por primera vez, instituciones como la ONU ponen sobre la mesa garantizar una “migración segura, ordenada y regular”. Se trata del Pacto Mundial de las Migraciones, aprobado el 10 de diciembre en Marrakech, Marruecos. Un país en el que precisamente los derechos humanos no son su fuerte, con razones como los modos en los que tratan a las personas migrantes negras que tienen que vivir escondidas en bosques y huyendo de la violencia de la policía marroquí que una vez que los encuentran les quitan todo, destruyen todo a su paso y les pegan sin escrúpulos. Pese a ser un acuerdo de mínimos de carácter no vinculantes, países como Estados Unidos, Israel, Italia, Chile, entre otros, no se han sumado. Los compromisos de trabajo enmarcan 23 puntos, que también reconocen la situación específica de mujeres y niñas y niños que representan casi la mitad los 260 millones de migrantes en todo el mundo.
Y como las mujeres africanas, hay otras mujeres que también están buscando a sus familiares desaparecidos a la vez que ponen sobre la mesa política las cuestiones migratorias: la Caravana de Madres Centroamericanas. Oumy se reunió en México con ellas durante la Caravana de Migrantes, que ha movilizado a miles de personas (principalmente de Honduras, Guatemala y El Salvador) en noviembre de 2018. Allí, ha presenciado historias como las de una madre que encontró a su hijo después de 15 años. Una luz de esperanza que permite a Oumy seguir creyendo en una respuesta para su historia. “Son colectivos que están muy unidos y que tienen una solidaridad muy fuerte entre ellas. He aprendido de las experiencias de estas mujeres que hay que ser fuertes para contarlo”.
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