Había sido una semana interminable. Llevaba un par de meses viviendo en una ciudad a la que se había adaptado muy bien. Manuela estaba más que feliz porque venían sus amigas a visitarla. Patearon los bares, comieron, bebieron, bailaron. Como la palabra no se le niega a nadie y la sociabilidad es uno de sus deportes favoritos, charlaba con todo el mundo. En un momento, un chico se le lanzó a darle un beso. Con la sorpresa en el cuerpo, no quiso crear una situación incómoda. Le dijo que no y siguió hablando. Se volvió a lanzar y volvió a decirle que no. Siguió hablando con ganas de que esa conversación acabase ya. Pero parece que no hay dos sin tres y otra vez ese chico intentó besarla. Aquí, ya no podía más y tras un NO es NO, siempre, se dijo que no agacharía la cabeza y, aunque sentía algo de culpa, se dijo así misma: “Se acabó buscar justificación a este acoso machirulo”.
La historia de Manuela es una de tantas. Puede ser Manuela o puedes ser tú. Esta violencia es una realidad diaria en la que las mujeres podemos ser objeto de cosificación o desprecio por la misma persona en un abrir y cerrar de ojos. Que nos definan como agradables, o no, depende de si gratificamos los deseos masculinos. Nuestro ser y sentir no depende de lo que nos conforma, sino de lo que ellos quieran hacer con nosotras.
Sonreír porque queremos. Reír porque nos hace gracia. Enfadarnos porque nos envenenamos con las cosas. Compartir porque la situación y la persona lo merece. Vestir como nos gusta. No peinarnos porque no nos da la gana. Bailar porque estamos aflamencás, dicharacheras perdías. Ni mijita lo hacemos porque queramos camelar o ligar. Hoy, y cada vez más, me ofusca salir, proponerle un plan a un maromo y que este se crea que por ello tiene la libertad de comerme el boquino en cualquier momento. Aviso para los señores que solo se miran el ombligo: de mis estados de ánimo y de mis actos me encargo yo, porque me apetece, porque sí.
Si hablamos con un tío y no queremos nada más que una conversación, una relación social y no sexual o amorosa, primero somos unas putas y después unas calienta pollas.
A las mujeres no solo se nos juzga, sino que también se nos criminaliza. Se nos niega ser dueñas de nuestras propias decisiones. Si hablamos con un tío y no queremos nada más que una conversación, una relación social y no sexual o amorosa, primero somos unas putas y después unas calienta pollas. Putas porque tenemos la capacidad de empatizar, y calienta pollas, porque la atracción llega al punto de la cosificación.
Da mucha pereza. Y es que la madre que me parió ya me advirtió: “¡Cuidado con quien hables que luego hablarán de ti”. Yo era muy chica, pero la mujer me estaba previniendo. Porque si ellos hablan son personas sociables. Nosotras no. Pero si nosotras no queremos hablar, somos unas siesas amargadas. Unas feminazis, que ahora está tan de moda esa palabra. Dentro del orgullo viril no entra que no te gusta, que no te atrae. Su opción también es que tú, mujer heteroxeual, eres lesbiana. Quizás, hoy en día, todavía para muchos hombres heteroxesuales, que exista diversidad y orientación sexual les puede parecer un insulto que además utilizan para defender su autoestima herida.
Pero como ya decía, esto no es nuevo. No le pasa a una, dos o tres mujeres. Macarena también ha vivido una situación parecido. En su caso, estaba boquita por el chico con el que se fue a dar paseo. Ella recuerda que era «mu chica» y cuando le fue a dar un beso, se quitó. Él insistió, una y otra vez: «No te hagas la estrecha, no hace falta aparentar nada». Entonces, ¿hasta dónde creen los machirulos que nosotras sí tenemos capacidad de decisión sexual? Nuestra capacidad está limitada solo por sus insistencias, sus acosos, agresiones y violaciones. Cuando ellos se saltan el no, ahí, no es que no tengamos capacidad, es que nos incapacitan.
Desde pequeñas, cuando solo conocíamos el amor romántico de las películas, nos han llamado guarras por tener más amigos que amigas. Nos han llamado “marimacho” por querer jugar al fútbol. Nos han dicho “zorras” por hablar con un chico, ya sea porque sí, porque queremos una amistad, o incluso follar. Nos han señalado de «ligeritas de cascos», por desabrocharnos el sujetador. Liberarnos del sostén es la forma de coger aire, sentirnos libres, sin aprietos, sin marcas. Y como no, un mítico, nos llaman putas por hacer el amor y que nos guste. Sí al amor. No a la guerra.
Ser dueñas de nuestros actos, palabras, cuerpo, de la calle, del espacio y el tiempo es la mejor forma de transformar los estereotipos.
El ligar o el «has ligado» viene marcado también por un sistema patriarcal basado en una serie de normas no escritas, pero sí adoptadas por el machismo en el que las mujeres deben esperar, tragar y moverse según lo marcado por el género masculino. Sin embargo, no es que el heteropatriarcado sea bipolar (que también), sino que va a ir en contra de cualquier exposición en femenino, y si ya es feminista, apaga y vámonos.
Y ahora, habrá quien lea esto y se sienta atacado. Ahora, dirán que nosotras, en este caso yo por exponerlo, somos unas creídas. Habrá quien diga que nosotras también acosamos y nos tiramos al boquino de una persona cuando nos gusta. Los argumentos patriarcales del “y tú más”. Esta violencia nos duele y nos cansa. El miedo a nuestro empoderamiento es lo que les lleva a sentirse que no son seres superiores y de ahí, al insulto. Por eso, ser dueñas de nuestros actos, palabras, cuerpo, de la calle, del espacio y el tiempo es la mejor forma de transformar los estereotipos, porque todo esto no deja de ser un estereotipo del heteropatriarcado.
*Ilustración: Detrás de @estefivanilla está Estefanía Podadera. A través de instagram muestra su arte y poderío. Trabajo como diseñadora gráfica desde hace 8 años y se está especializando en el mundo artístico. Puedes seguirla en www.behance.net/estefaniapodadera y escribirle a: estefaniapodadera@gmail.com
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