Este texto está en la sección La Corrala, el patio de vecinas de La Poderío donde cada una charlotea, cascarrilla y pone colorá lo que sea mientras le da el fresquito o el sol en la cara. Más agustito que te quedas, oú. Eso sí, La Poderío no se hace responsable de lo que opinan las autoras y autores, solo apoya la participación de las lectoras como espacio de libre expresión. Puedes enviar tus artículos a ole@lapoderio.com. Otra cosa, antes de hacernos las propuestas pedimos que leas nuestro ideario.
Virginia Piña Cruz/Mujeres andaluzas que hacen la revolución
Mi abuela fue una de las primeras vecinas que, en Jaén, se mudó a uno de esos grandes edificios que hoy ocupan la Avenida de Andalucía: bloques de diez o doce plantas, donde, en cada una de ellas, había hasta tres pisos. Lo que antes era una calle, la modernidad lo transformó en bloques de hormigón. Pero eso no terminó con la vida de antes. Cada tarde, las vecinas se reunían en los bancos de la puerta para hablar de su día, se veían en la tienda de abajo o iban juntas al mercao. Recuerdo quedarme bajo el cuidado de las vecinas del rellano mientras mi abuela se acercaba a por los mandaos; o recorrerme todo el bloque los días previos a la Navidad para recoger el aguinaldo o vender los mantecaos que me costeaban el viaje de fin de curso.
Y es que mi abuela y sus vecinas portaban en ellas mismas los conocimientos de las vidas en común, de las sillas a la fresquita y la crianza compartida. Ellas eran la resistencia. Una resistencia contra las prácticas capitalistas que mercantilizan los cuidados y los conocimientos, y donde el apoyo mutuo desaparece en pos de las prácticas individualizadas.
Hay quien cree que estas prácticas, cada vez más individualistas y competitivas, son el resultado de los cambios que unos individuos producen sobre sí mismos, como si decidiésemos ser así. Como si detrás no hubiese un sistema capitalista que las promueve y unas decisiones políticas que las facilita. Pastora Filigrana lo resume muy bien en todas sus ponencias: en Andalucía hemos sido ejemplo de este apoyo mutuo, contrario al capitalismo, y por eso, actualmente, las formas de vida en Andalucía están rodeadas de discursos que las denigran.
La destrucción de los espacios comunes en nuestras ciudades es un ejemplo de este sistema y de las decisiones políticas nefastas que nos afectan a todas. Hemos visto en todas nuestras ciudades y pueblos como las calles, las plazas y los parques son cada vez más inhabitables. Lo hemos visto en Jaén, donde pensábamos que nunca llegaría. En el corazón de nuestra ciudad, tenemos una pequeña plaza, la del Deán Mazas, una zona que siempre ha tenido arbolea, fuentes y unos magníficos bancos donde descansar, hablar, compartir. Yo misma recuerdo las charlas con mis amigas sentadas en esos bancos o los descansos de camino a casa con la compra hecha del mercao de abastos.
Desde hace unos días, lleva circulando por internet una imagen muy antigua de esta plaza, de principios del siglo XX. Por entonces, la plaza era mucho más frondosa de lo que yo la recuerdo, casi una selva en mitad de la urbe. La desazón viene cuando la comparas con la actual.
Hace unos meses, el Ayuntamiento de Jaén decidió eliminar bancos, zonas verdes y fuentes. Levantó el pavimento colorido y lo cambió por unas baldosas grises de granito.
La plaza que antes era el reposo de las caminantes, la zona donde charlar con la amiga o el rincón de juegos de los niños. Ahora se ha convertido en un lugar inhabitable para cualquiera de estas personas. Los árboles que daban sombra en verano, cuando aquí superamos los 40º, se han convertido en veladores de los cuatro bares que rodean la plaza. Las fuentes de agua donde refrescarte, por la cocacola y la cruzcampo. Ahora, si quieres descansar en la plaza, tienes que pagar por hacerlo.
Es la comercialización del bienestar. Es la comercialización y la destrucción de las zonas comunes, que nos echan de ellas. No solo llenándolas de mesas y sillas de bares, sino también destruyendo lo que nos daba un respiro: árboles, bancos, fuentes.
Y estas decisiones no son fruto de los gustos personales del alcalde de turno. Son prácticas que atentan contras las resistencias que se crean cuando unas cuantas amigas nos reunimos para afrontar la vida. Son zonas donde intercambiamos opiniones, verdades, donde imaginamos y creamos otros mundos, a la vista de todas. Son zonas habitables en los días de verano, y también en invierno. Zonas donde las niñas crecen y las abuelas comparten esos recuerdos de primaveras pasadas. Son las zonas donde se fraguan las resistencias, el apoyo mutuo, los intercambios de valores. Y son las zonas que más habitamos las mujeres, sobre todo las mujeres de clase trabajadora, las que no tenemos patios ni jardines, las que nunca teníamos suficiente dinero para ir al cine todos los fines de semana o merendar en las cafeterías.
Para nosotras, las plazas son nuestros campos de batalla. Su destrucción es también la destrucción de las formas de vida que nosotras hemos practicado, porque somos las más pobres, las más precarias, pero las que más necesitamos espacios para la crianza y el desahogo, para compartir los malos y buenos ratos lejos de la privacidad de las casas. Mientras ellos tenían su trabajo, nosotras ocupábamos las plazas.
Y de todas estas zonas, ¿sabéis lo que más les duele? Que son gratuitas. Puedes beber y comer sin tener que pagar. Puedes hablar, escuchar música, leer, sin tener que pagar. Puedes intercambiar, debatir y cuidar, sin tener que pagar. No es que seamos individualistas, es que vivimos en un sistema que denigra las prácticas en común gratuitas y destruye a su paso los espacios que las generan.
Contar con espacios que nos ayuden a convivir, que hagan habitables los pueblos y ciudades, donde practicar el apoyo mutuo, la crianza y donde generar lazos de supervivencia, y todo sin dinero de por medio, es también resistencia. El capitalismo lo sabe. Y por eso, mi plaza del Deán Mazas, hoy es una zona inhabitable donde solo quienes paguen, podrán contar con ella.
0 comentarios
Trackbacks/Pingbacks